Visitas de la última semana

domingo, agosto 17, 2008

Vida urbana

Me sorprende la capacidad de adaptación de los animales al ambiente urbano. Era de noche y me encontraba parado en la puerta de acceso de suburbia esperando a que Alejandra terminara el complicadísimo proceso de elegir trapos. De repente llamó mi atención una esplendida ave de color blanco como del tamaño de una gallina que volaba lenta y majestuosa a escasos diez metros de altura y como a 20 metros de distancia de donde me encontraba. Seguí su vuelo con la mirada hasta que se posó en la azotea de un edificio que sirve de estacionamiento. Descubrí entonces que se trataba de una lechuza albina. Me sorprendió gratamente pues creía que los animales blancos eran endémicos de los ambientes níveos. ¿Qué hace esta lechuza blanquecina en el trópico? –pensé. La observé detenidamente por más de un minuto tratando de determinar la razón de haber seleccionado ese lugar en particular como puesto de vigilancia. No se movía y su pétrea postura acechante le conferían una apariencia de gárgola encalada. El color blanco ayuda a los animales de ese color a mimetizarse con la nieve ¿pero en el trópico, lugar en que predomina el verde? En este lugar su camuflaje es tan efectivo como lo sería un traje de payaso en un jardín de niños. Sin embargo, allá arriba, su actitud era la de un cazador en espionaje pero ¿Dónde estaba la presa? Abajo la gente se movía como en una gusanera, los carros entraban y salían del estacionamiento. ¿Que podría estar acechando esta ave en esta área de ambulantaje, tiendas comerciales, cines, Cafés, restaurantes y cajones de estacionamiento? De pronto distinguí en la obscuridad una pequeña sombra que cruzaba rápidamente en dirección al estacionamiento a la altura del segundo nivel. Me pareció a primera vista un murciélago. Con la misma celeridad dio vuelta en U como presintiendo las malas vibras presentes del lugar. Entonces me dispuse a ver la estrategia de caza del ave depredadora. No quitaba la vista de aquella gárgola inmóvil pero no volvió a aparecer otro murciélago en el siguiente minuto y no veía por donde pudiera aparecer otro sabiendo lo tímidos que son estos ratones alados en presencia de los humanos. Además, los murciélagos buscan lugares oscuros como las cuevas y en esta zona comercial dudaba que hubiera algo que se le pareciera. Pero la lechuza esperaba con la seguridad que le daba su instinto depredador y quizá sus previas experiencias de caza. De pronto abrió sus alas y se lanzó lentamente al vacío, no en picada sino como lo haría un paracaidista, cayendo en forma vertical con las patas hacia abajo y las garras extendidas. ¡Señor! –me habló Daniel. Le traigo las llaves del carro –me dijo. De reojo observé que un ave blanca se posaba en la banqueta a escasos diez metros a la izquierda de donde me encontraba. Gracias Daniel –contesté mirándolo para despedirlo. Ya vinieron por mí y tomé la maleta del coche –dijo extendiéndome la mano. Aún no termino de explicarme como fue que coincidieron: la elección del cazador, la llegada de la presa y la distracción para hacerme perder la escena que tanto deseaba presenciar. Una vez que el depredador encontró lo que seguramente buscaba desapareció. La última vez que lo observé se escondía atrás de un carro estacionado. Ya no lo vi salir. Ya sin el peligro del cazador, los murciélagos empezaron a revolotear por todos lados. Fue entonces que pude darme cuenta que había una pequeña rendija a la altura del segundo nivel del estacionamiento por el que entraban las asustadas presas. Esta rendija estaba ubicada exactamente por debajo de donde la lechuza se puso de vigía. La otra sorpresa mía fue ser testigo del increíble sentido de orientación de estos animalitos voladores a los que todo el mundo hace el feo. Era una rendija de escasos 20 centímetros de largo y su anchura era apenas lo suficientemente grande para aceptar la entrada de un solo animal a la vez. Lo más sorprendente era que la rendija la formaba una tira de lámina instalada seguramente para tapar el espacio que había entre el edificio del estacionamiento y el edificio adyacente. Los intrépidos ratones voladores tenían que chocar primeramente contra la pared del estacionamiento y ascender entonces verticalmente la pared para encontrar la estrechísima rendija. Pude constatar que cada murciélago hacía varios intentos (la mayoría de ellos infructuosos) para encontrar la diminuta entrada a su guarida. ¡Que prodigio de sonar tienen estos increíbles avechuchos!

sábado, agosto 16, 2008

Vacas y guajolotes

Casi siempre me abstraigo del entorno al dirigirme al trabajo cada mañana. Veo pasar difuminado el verdor de la espesura que como un vallado se extiende por el borde del camino. Me he acostumbrado a la uniformidad de esmeralda del denso herbazal que se desparrama generoso por donde uno mire. Me he habituado al tránsito por la cenagosa laguna el limón, por el casi extinto río mezcalapa y por el exquisito túnel modelado por el enramado de los cocoites. Pero afortunadamente hay días como hoy en que una manada de vacas me obliga a hacer un alto desacostumbrado en el camino alejándome de la constante rutina. Mientras espero que hagan un espacio (que no tienen ninguna intención de hacer), marcho despacio tras ellas divirtiéndome con su desparpajo y parcimonia. Después de un minuto de ir a la zaga me asalta la idea de que puedan estar confundiendo el carro con un bovino de su manada. Entonces decido hacerles patente que no soy un cuadrúpedo y acelero un poco el motor. Ninguna vaca se inmuta y empiezo a perder la calma. Pasa otro minuto y en lugar de hacerse a un lado se desparraman aún más tan cachazudas como al principio. No me quedó más remedio que utilizar el claxon y ronronear con más estrépito el motor. A esta altura de los acontecimientos ya tenía otros conductores desesperados atrás de mí queriendo hacer uso de su derecho de vía.
De regreso del trabajo sucedió lo mismo. Esta vez fue un grupo de guajolotes que tomó la carretera como vía de tránsito. Otra vez me detuve ante la reticencia de estos emplumados de moco rojo de despejar el camino. De paso, los machos se dieron el tiempo de ponerse rijosos y altaneros esponjándose repetidamente frente al carro. De no ser por la suerte que les espera en navidad con gusto hubiera quitado el pie del freno.

lunes, agosto 11, 2008

Aguacero

Ahora mismo esta cayendo un aguacero cerrado acompañado de arremolinados vientos. Recién llegamos de Reforma Gladis y Yo. Fuimos a dejar a José Manuel y su familia a su casa y la lluvia nos acompañó de ida y de vuelta. No estaba planeado que yo me uniera a la comitiva pero la amenaza de lluvia hizo que Gladis me pasara la estafeta. El espacio celeste era una gran mancha negra intimidante preludio del diluvio que se gestaba y que luchaba por salir de su interior. Los desamparados cocoites se mecían violentamente al compás de las caprichosas ráfagas de viento y sus tiernas hojas volaban al garete arrancadas del maternal regazo de sus ramas. La carpeta asfáltica era un depósito de hojas y ramas, primeras víctimas de lo que apenas era un bosquejo de la verdadera tempestad. Poco tiempo después, ya en la carretera, los relámpagos se sucedían casi sin demora y luego que sus estelas centellantes rompían el aire en su viaje hacia la tierra nos dejaban su estruendo como corolario. Siempre me he preguntado como hacen las aves para sortear estas agitadas borrascas que descuajaringan sus nidos y zarandean sus condominios de enramadas sin el menor atisbo de pena. La tierra incapaz de absorber el agua con la misma rapidez con la que cae, empieza a formar arroyos que deslavan rápidamente la superficie creando zanjas que se convierten luego en verdaderas trampas para los incautos. Escucho el agua aporreando el toldo y la veo escurriendo por el parabrisas mientras los limpiadores riñen en su fallido intento por aclararme el camino. Mi temor más inmediato era caer en uno de tantos baches que aderezan el trayecto de Reforma disfrazados ahora de inofensivos charcos. Así pues, mi propósito de disfrutar en casa una tarde tranquila de domingo (después de una agitada guardia de trabajo) se vio frustrada por este loco e inoportuno vendaval. Lo bueno de esto es que de regreso pasamos a la tienda a comprar un queso que Gladis usa como ingrediente en un flan napolitano con el que me podría envenenar si quisiera, así que dejo esta bitácora para comerme una rebanada que justo ahora me puso al lado y que no me dejará continuar.

sábado, agosto 09, 2008

La olimpiadas de Beijing

El viernes iniciaron los juegos olímpicos de Beijing. Tenía la intención de ver aunque sea un resumen de lo que sospeché sería una bonita inauguración. No me equivoqué en cuanto al despliegue combinado de tecnología y tradición mostrado por este país milenario, pero tristemente erré en mi propósito de ver una repetición sustanciosa. Ese día, como tantos otros, fue difícil dejar la cama. Canija costumbre mía de guardar en la noche tanta reticencia de subir al colchón para luego, después de un sueño corto, sufrir en la mañana la gota gorda para apearme de él. Una vez de pie, casi siempre me hago la promesa de que la próxima noche será distinta, entonces seré bueno, me iré a la cama temprano y no diré malas palabras. Avanzado el día y con el ajetreo del trabajo invariablemente me olvido de aquella primogénita promesa, y otra vez vuelvo a ser víctima del desorden. Nunca hace falta fiesta para retrasar la marcha de este cuerpo mío y demorar su viaje al mundo donde los sueños practican su magia de renovación y encantamiento. Mi sueño se queja siempre del poco tiempo que le dejo a sus artilugios soporíferos y me encara con el puño amenazador advirtiéndome que no le eche después la culpa del decaimiento que pueda atosigarme más adelante. Pero llegada la noche no puedo resistir la tentación de echar una mirada a algún texto que me guiñe su ojo de cíclope haciéndome sucumbir al encanto de sus dichos y carantoñas.

domingo, agosto 03, 2008

Encaminando a Pedro

Hoy nos tumbamos de la cama más temprano que de costumbre. Encaminamos a Pedro en su retorno a Guadalajara. Estuvo un mes con nosotros, y dicho sea de paso, nos pareció poco tiempo. Fueron días de comer todos lo que su antojo le dictaba.Hoy, la mañana apareció afligida. El cielo amaneció vestido con un tapiz grisáceo estampado con ondulaciones obscuras que le dan un aspecto de llanto anticipado. Resulta obvio que llovió en la madrugada. La vegetación se mira recién bañada, muy mona. El olor a humedad que se levanta me recuerda la fragancia matutina de un bosque alfombrado de agujas y hojarasca. Miro el cielo y mi vista se posa perezosa en unas aves amarillas que revolotean complacidas en la copa de unos altos guayacanes.

viernes, agosto 01, 2008

La partida de un blogero

Ayer murió Alejandro Aura. Me afectó la noticia. Desde hace ya largo tiempo tengo en mis favoritos su blog. Como tantos otros días, ayer abrí su página para leer su canto rodado del día. Porque han de saber que escribía diariamente un texto y lo cerraba siempre con la publicación de un poema de su autoría. Tenía por costumbre, en fechas significativas, enviar una poesía personalizada a los correos de sus miles de lectores. Quizá sea esta la razón que su muerte la sienta como si se hubiera ido un amigo. Era bueno para hilar palabras con las que transformaba su devenir cotidiano en cosa digna de leerse. Ahora, en lugar de su canto rodado del día leí su poema “despedida” publicado quizá por Milagros junto a un breve texto comunicando su partida. Gracias, Alejandro Aura.