Existen días que desde su alumbramiento empiezan a ser hostiles. En la mañana las extremidades se negaban a obedecerme. Por más que las apremiaba no me alcanzaba para sacarlas de su desmayo. El amanecer esta radiante ¡Vamos, arriba! –les decía tratando de parecer animoso. Con mucha dificultad y no pocas ofrendas mis pies empezaron a arrastrarse en dirección al baño acarreando con temblor el peso muerto de un cuerpo adormilado. Las 8:05 a.m. marcaba el reloj cuando apenas traspasaba el umbral de la puerta de salida. Aun tendré que detenerme en la gasolinera –pensaba mientras le echaba una mirada a la llanta trasera del coche que continuaba inflada de milagro. Lamentaba la ligereza con la que avanzaba el reloj cuando recordé que aun tenía que detenerme a mitad del camino a cargar combustible. Al llegar al trabajo la oficina me esperaba ya con la bandeja de entrada copeteada de documentos, todos gritando a la vez que les diera pronta salida. Uno a la vez –les decía animoso. No me hablen todos a la vez porque me atarantan…cundo vine a ver eran cerca de las 7 p.m. Eche una ojeada a la bandeja de entrada y los documentos que había sacado prontamente fueron sustituidos por otros igual de gordos. Ya basta –me dije, primero me vacío yo que ver desocupada esta maldita cosa.