Visitas de la última semana

lunes, enero 27, 2014

Las batallas en el desierto

Ayer revisando el Twitter me enteré que murió el escritor mexicano José Emilio Pacheco. Recordé que hace un par de años leí su novela corta "las batallas en el desierto" En ella, un adulto llamado Carlos nos cuenta la niñez que vivió en México en 1948. Me encantó leer esta novela. Sin dudarlo empecé a leerla otra vez como humilde tributo a su creador. Esta novela, como tantas otras en la literatura, cuentan simultáneamente más de una historia. No fue la trama principal lo que me cautivó en esta novela. Más bien fue lo que poco a poco se desprende de esa trama principal: la moral y la ética de la clase media mexicana a mitad del siglo pasado. Ética y moral que también viví en Jalisco en 1966. Todo mexicano debería leer esta novela más de una vez. Con cada nueva lectura surgirá mágicamente una nueva historia que seguramente habíamos pasado por alto en la anterior. Leer un libro es como hacer gran turismo. Puedes recorrer las ruinas de Palenque en un par de horas, en un par de días o en un par de semanas. Las experiencias serán distintas. Lo mismo sucede cuando leemos un libro de literatura. Podemos leerlo en un par de horas o en un par de meses. Aquí la velocidad sí importa y ambas afectan el resultado. Una justificación muy socorrida para no leer es pensar que nuestro tiempo vale mucho como para desperdiciarlo en una posición supina con un libro entre las manos. Si no agrega un peso más a nuestra cuenta bancaria entonces no vale la pena. Este razonamiento no es correcto y suele ser la causa principal de muchos futuros dolores de cabeza.

domingo, enero 19, 2014

Por los caminos del sur

Ya estamos instalados en Mérida. Nubes blancas, cielo azul y aire limpio. El trayecto no me decepcionó. Desde Frontera Tabasco hasta más adelante de Champotón Campeche avanzamos con el mar turquesa a mano izquierda y una densa fronda verde a la derecha. Este tramo de autopista es una larga costanera separada del mar solo por una playa de arena blanca sembrada de palmeras chaparras y palapas rústicas con techo de palma de guano. Toda la costa es un vivero de aves: cormoranes, pelícanos y gaviotas. Algunas de ellas vuelan en círculos escudriñando el agua como a diez metros de la superficie concentradas en procurarse su porción diaria de alimento. Los pelícanos tan pronto localizan a su presa se lanzan en picada tras ella plegando sus alas fracciones de segundo antes de estrellarse contra el agua. Es una bonita coreografía realizada con mucha precisión y que solo se logra a través de centenares de repeticiones. Otras aves descansan en la cima de una larga hilera de estacas que los pescadores entierran en el mar como a 15 metros de la playa para asegurar sus lanchas después que terminan la jornada de pesca. Las gaviotas son oportunistas y muy aficionadas a robarle su comida a los demás. En Tabasco, a las personas que no llevan lonche al trabajo y gustan comer de la de otros, se les suele llamar gaviotas. El único tramo carretero que está en pésimas condiciones (baches de todo diámetro y profundidad) es el de Villahermosa a Ciudad del Carmen, que atraviesa parte de la Reserva de la Biosfera Pantanos de Centla, que es una área protegida. Este tramo de (mal llamado) carretera, se debe transitar con sumo cuidado si no se quiere terminar llantas arriba en medio del pantano, entre carrizales, tulares o popaleras. No me gustó ver en esta zona, a ambas márgenes de la carretera, a personas vendiendo hicoteas por racimos. Tengo entendido que la protección de la Reserva de la Biosfera incluye también a su fauna, pero aquí en Tabasco así son las cosas. La comida en Champotón no estuvo mal: caldo espeso de pargo y un coctel jumbo mixto con camarón, pulpo y caracol.

sábado, enero 18, 2014

A Mérida

Mañana nos vamos a Mérida. Doña Maty llegó hoy a la casa con su maleta bien dispuesta para el viaje. Kory y su familia nos invitaron para engrosar la comitiva, y como estoy de vacaciones aceptamos el convite. Mañana, después de medio día, estaremos devorando carreteras de Tabasco, Campeche y Yucatán. Los paisajes que se miran por allí son muy bonitos, y más cuando se recorren escuchando el prolongado cuchichear de las olas del Golfo cuando acarician la arena blanca de sus playas. Vale la pena hacer ese dilatado viaje de 8 horas tan sólo por su trayecto, colmado de encantos que mucho agradecen los sentidos, y con la expectativa de zamparnos algún platillo típico yucateco, que los tiene, y muy ricos.

viernes, enero 17, 2014

Una lectora nada común

Terminé la novela corta de Alan Bennett "una lectora nada común". En ella, el autor se aventura a predecir, con los recursos que la fantasía pone a su disposición, lo que sucedería si de pronto la reina de Inglaterra se convirtiera en una lectora asidua. La narración sigue de cerca los cambios que esta nueva afición producen en su vida y en su ánimo, así como en su entorno. Muestra de paso, el férreo protocolo al que se deben ceñir los monarcas en el cumplimiento de sus responsabilidades, además de enumerarlas y de explicarlas. En fin, es una novela de lectura fácil y rápida que recomiendo a los interesados (o a los no convencidos) en conocer el potencial transformador que la literatura pone a disposición de los seres humanos.
Nunca es tarde para empezar a interesarnos en la lectura. Yo mismo fui un opsímata* (no se asusten por la palabra, yo también la acabo de descubrir, me la presentó la reina en este libro; por consiguiente, no pierdan tiempo buscándola en el diccionario: no existe).
*Opsímata: Persona que aprende tarde en la vida.

Citas del libro:
...la clave de la felicidad es no creerse investido de ningún derecho.
...no puedo elevar mi corazón hasta mis labios (Shakespeare).
Leer no es actuar.
No pones la vida en los libros. La encuentras en ellos.
¡Los libros son maravillosos! Nos ablandan.
A los ochenta las cosas no suceden, se repiten.
Decir que se esta por encima de la literatura es como decir que se esta por encima de la humanidad.

martes, enero 14, 2014

La colonia las garzas

Gladis y yo fuimos a Reforma a visitar a su mamá. Antes pasamos a la casa de las garzas para que dish se llevara por fin sus aparatos a la fregada. Fue para Gladis un periplo desagradable convencer a los empleados de esta voraz compañía para que se llevaran sus equipos. Al exhorto tajante de Gladis de "llévense el equipo porque ya cancelé el servicio" recibía siempre chapuceras y evasivas réplicas, tales como ¿No está usted contenta con el servicio? ¡Llevamos e instalamos los equipos a donde usted nos indique! ¿Ya levantó su reporte? ¡Estamos en espera que México nos confirme! ¡En este momento no tenemos técnicos disponibles! Admiré la paciencia estoica con la que Gladis, por enésima vez, tomaba el teléfono y aguantaba por espacio de diez minutos los viles y poco éticos artilugios mercantiles de esa monstruosa y nefasta compañía. Eso sí, cuando contratamos el servicio, casi nos secuestran para que los lleváramos a casa al instante a instalar el equipo; no sea que nos fuéramos a arrepentir. A partir de esto, vinieron los dolores de cabeza para nosotros, sobretodo con los implacables y excesivos cobros moratorios cuando nos pasábamos una hora de la fecha límite de pago. Cuando menos lo esperábamos, ¡zas!, ya nos habían cortado la señal. Si me preguntan ustedes mi opinión respecto a dish les diré que es una compañía que brinda un servicio francamente depredador. Así, sin más. Un carnívoro que devora carne, huesos y pellejo.
Bueno, pero este no era el objetivo de mi entrada, sólo que me entraron de pronto unos deseos irrefrenables de despepitar contra esta clase de negocios. El objetivo principal era hablar del abandono que se ha instalado como dueña y señora en la casa de las garzas. El jardín, antes bien podado y acicalado, se ha convertido en un breñal denso que intimida, y en el que hoy se alojan hormigas, lagartijas, arañas, y toda clase de insectos rastreros y voladores. Mi gardenia, antes soberbia y mimada (feliz y modosita como la bella y delicada flor del principito) muestra ahora unas hojas marchitas de tristeza que se aferran desesperadas a unos palos negros de tanto moho. El interior de la casa rezuma esterilidad. Así han de oler las tumbas de los faraones del antiguo Egipto cuando se abren por primera vez. El comején, plaga más resistente que las cucarachas citadinas, ha invadido sin ninguna resistencia y reticencia el baño de las visitas. Esta casa, conquistada ahora por el ingrato y egoísta olvido, ahogada por el polvo fino del descuido, y aterida por la omnipresente humedad que en estas latitudes nunca falta, fue el escenario en el que representamos durante muchos años los hechos de nuestras vidas: Kory, Pedro, Ale, Gladis y Yo. Aquí compartieron sus vidas con nosotros nuestras entrañables mascotas: Niño (perro bóxer), Patón (perro basset hound), Paco (loro), las Gordas (cuyos) y Pachis (gato). Niño y Patón se quedaron cubiertos con la tierra negra de nuestro jardín, hermanados para siempre por ella, descansando en paz bajo la sombra de unos altos y robustos cocoteros. Muchos de mis estimables recuerdos tuvieron origen en el interior de estas vigorosas paredes. Estando aquí escucho con resuelta nitidez, los ecos de aquellas voces nuestras que aún revolotean y rebotan en cada una de las esquinas. Llegan a mi con la misma vitalidad y vehemencia con que se dijeron en aquellos remotos años.

domingo, enero 12, 2014

Alex y sus incursiones en la ciudad

Ha caído mucha agua del cielo últimamente. Yo creía que el agua solo salía de los grifos y de los garrafones. He visto que de ahí la coge mi mamá para llenar la palangana azul en la que luego me mete para quitarme la tierra que se me ha pegado en el cuerpo. No acabo de entender bien la razón de esta rutina puesto que no soy de los niños que anden por ahí retozando a cada rato sobre el lodo. Dios me libre de semejante batición. Cuando mi mamá sale de casa en el coche siempre me lleva con ella. Antes me ajuarea con mi camisa roja de lana a cuadros y me ajusta luego los tirantes de mi pantalón azul de perchera; me acicala y me retoca hasta lograr que todo esté en su lugar. Mi tío Pedro dice, con un dejo de risita, que me parezco al menonita que vende quesos en la honorable y muy famosa glorieta de la chichona. Vestido de esta forma, me monta en el asiento trasero del coche y me arrellana en el portabebé, me lía con mantas y cobertores y me cruza el pecho con cintas muy apretadas hasta que me deja amarrado como un tamal de chipilín o de caminito. La primera vez que hizo conmigo esta maniobra me asusté un poco porque pensé que luego me iba a meter a la vaporera, que es el paso siguiente que he visto hacer a mi abuelita Gladis cuando le da por cocinar tamales de masa colada. Después de esta rutina, que ejecuta meticulosamente mientras se muerde la lengua, nos echamos a andar por las calles de Villahermosa, que reverberan de agujeros escondidos en unos charcos muy orondos. Circular por ellas es como jugar el juego de minas: tienes que elegir el charco que no tiene hoyo para poder continuar. Este juego es muy difícil porque casi todos los charcos tienen hasta dos o más agujeros. Entre salto y salto avanzamos poco a poco. A veces el viento me trae desde el exterior voces apretadas de jaculatorias y aves marías. Entonces sé que alguien corrió con suerte y le tocó otro charco con premio. Esto de ir salte y salte a cada ratito a mí me parece muy divertido. Ahora entiendo a los sapos que gustan de andar entre el zacatal avanzando en pequeños saltos. Al menos esto es lo que he visto hacer a los que viven en el jahuactal que colinda con mi colonia y que a veces veo saltar jubilosos en nuestro jardín. A veces, mientras avanzamos por la calle, veo grupos de gente con mamelucos rojos o anaranjados alrededor de algún charco que cubre con buen ánimo y mucho disimulo su respectivo agujero. Ellos se entretienen haciendo que un camión cisterna, siempre sediento, se beba con un popote muy grueso que parece gusano, el agua del charco hasta que lo deja seco. Bueno sería que mi mamá me permitiera estar con ellos para que, con mi pala y mi cubeta les ayudara en ese divertido juego. De este modo las restregadas diarias que me da dentro de la palangana azul tuvieran su razón de ser. A mi mamá no le hace mucha gracia este juego de tahúres que nos obliga a avanzar entre tanto zangoloteo. Casi nunca le tocan los charcos sin hoyo. Le he oído soltar uno que otro juramento contra el Ayuntamiento que según dice, es el responsable de este juego del demonio. Yo me imagino al Ayuntamiento como una oficina grande en la que un montón de gente se pone a discutir presentaciones mientras beben un cafecito negro muy sabroso a pequeños sorbos. Después de muchas donas y cafés adentro de las tripas, terminan por ponerse de acurdo en las presentaciones de ese día, entonces, empiezan a repartir órdenes a los trabajadores para que lleven al siempre sediento camión cisterna a tomar agua a tal o cual charco que, según los últimos reportes de inteligencia, esconde algún hondo agujero. Seguiré informando.

sábado, enero 11, 2014

Diálogo en épocas de mi abuelo

Allá por el año de 1934, en el municipio de Huejuquilla el Alto Jalisco, epicentro de la guerra cristera.

...Luego ya la tertulia de convites.
- Comadritas todas, aquí guaices para taquear.
- Órale, mayor Tejeda: agarre gorditas de cuajada.
- Mire nomás, que anaranjadas me salieron, tal como deben ser.
- Que ronde esta calabacita en melaza.
- Yo solo traje tamales de requesón. Anden, agarren.
- Son de los meros meros. De los horneados en hojas de roble.
- Aquí jocoqui con salsita de piquín verde. No se hagan remolones.
- Gracias, Rosenda. Mejor me quiebro estos machitos.
- ¿Quien gusta aguamiel de la Guacamaya? Aguamiel, aguamieeeel.
- ¿No les cuadra la temachaca? Son tiernitos los cogollos de guaiz.
- Páseme pinole, para el atolito de los niños.

Diálogo de la novela "Rescoldo: los últimos Cristeros" de Antonio Estrada.

domingo, enero 05, 2014

Seis meses cumplidos

Soy Alex. Tengo seis meses cumplidos. Mi avance en el descubrimiento del nuevo mundo va viento en popa. Bien lejos de arrecifes y escolleras. He aprendido a reírme de las zalamerías que me confeccionan las personas, como las que me hacen mi tía Alejandra y mi abuelita Gladis. Las que me hace mi abuelito Mauro no tanto. Sus coreografías tienen el grácil movimiento de un hipopótamo con tutu y moño de tul. A las personas les gusta verme sonreír y que les haga aspavientos y gorgojeos. Me encanta mover mis pies y mis manos aunque una vez encarrilados ya no los pueda parar. Se detienen sólo si les da su muy regalada gana. He aprendido también a emitir sonidos con mi garganta aunque no siempre me salen cuando yo quiero. Por más que puje. He querido simular las fragorosas carcajadas de mi papá pero aún estoy muy lejos de conseguirlo. Todo lo que me sale es un remedo insípido de risa de Santa Claus con adenoides. Lo más sobresaliente que tengo para contar es que a mi mamá le ha dado por meterme a la boca cucharadas de distintos mazacotes. Algunos de esos brebajes me han parecido francamente incomibles y su sabor me ha repelido tan hondamente que mi aversión por ellos durará toda la vida. Estos dones del presagio y la premonición segurito se los debo a mi abuelita Gladis. Ahora estoy en pleno descubrimiento del mundo a través de mis recién descubiertos cinco sentidos. Estoy en la etapa en que llama poderosamente mi atención cualquier sonido. Mi interés por el conocimiento (como ya dije, soy una persona con grandes aspiraciones) toma el timón para buscar la fuente que los produce. Entonces sucede el milagro ¡la relación entre ellos (causa y efecto) quedará estampada en mi memoria para siempre! Serán algo así como el yin y el yang, o como el yunque y el martillo. Mi abuelito Mauro dice (ya saben como es él), que estos ítems emparentados, que permanecerán vinculados para siempre en mi memoria, serán posteriormente mis futuros paradigmas. Después de que este milagro de asociación se produce soy capaz de imaginarme a Rina parada sobre sus patas traseras, con su lengua de fuera y sus ojos como dos huevos duros solicitando mediante un estrepitoso guá-gua que le lancen su juguete favorito, todo esto sin siquiera voltear a ver la escena. En esto se me va el día. Guardando en los estantes de mi biblioteca (que espero algún día, si de relaciones se trata, sea tan grande y tan famosa como la de Alejandría) las asociaciones y las onomatopeyas que me facilitarán algún día el laborioso trabajo de comprender los entrecijos del mundo y resolver los acertijos que me impongan mis iguales. Jijijiji, tengo algo que confesar, jijijiji. Estoy en pleno conocimiento y aprendizaje (y práctica correspondiente) del sutil arte de conseguir lo que me place. Es bien fácil. Sólo es cuestión de desgañitarse y patalear como poseso. No hay corazón filial capaz de resistirse a este calibre de obuses por más de 30 segundos. Seguiré practicando hasta hacerme digno de un Óscar, o cuando menos de obtener una mención honorífica. Los mantendré informados.

Don Emilio

El jueves murió la esposa del hermano Emilio. Fue la noticia con la que me recibió Gladis el viernes cuando llegué del trabajo. Recordé de inmediato la cara alegre de Don Emilio de 20 años atrás, mientras trabajaba en la construcción de nuestra casa de Reforma, y las incontables aventuras que Pedro vivió a su lado teniéndolo como ayudante de albañil advenedizo. Recordé también la última vez que lo saludé. Fue el día en que velamos a mi suegro Don Lucio. 20 años transcurrieron sin vernos. Él y Pedro se reencontraron ese día. Ambos se dieron un gran abrazo y recordaron juntos las aventuras de trabajo que vivieron en aquel tiempo. La diferencia de estatura entre ellos me hablaron del largo tiempo transcurrido desde entonces. Mientras escribo esto, me llagó con luz vagabunda y con sabor a tiempo la imagen del niño Pedro cuando corría por la calle de Mariano Abasolo de Reforma Chiapas totalmente en pelotas. Tenía entonces como 3 años. Gladis pasaba vergüenzas, y su cara recorría todas las tonalidades del rojo, cuando lo veía corriendo sin ropa por la calle. Lo hacía con desparpajo, con la inocencia innata de los niños, gozando de cada cosa nueva que encontraba, y si era desarmable mucho que mejor. Su atuendo, en aquellas tropelías, lo componían apenas los zapatos y la melena rubia que el viento le alborotaba. Su rebosante curiosidad nos hizo pasar (a nosotros y a Don Emilio) no pocos sustos. Como aquella ocasión en que cogió la clavija que yo acababa de cortar a una extensión eléctrica (con un cabo de la propia extensión como de 2 centímetros conectado a ella). Unió los dos cables de la clavija y así la conectó a un contacto de la pared. El flamazo del corto circuito le quemó las pestañas, las cejas y la melena. Abrió también el interruptor principal de alimentación dejando la casa a obscuras y a Pedro en un grito continuo a todo pulmón. O aquella ocasión en la que, en pleno proceso de una de sus infatigables invenciones, se pringó los ojos con pegamento cola loca. Él mismo salvó su vista al echarse abundante agua en los ojos mientras su mamá llegaba para llevarlo a emergencias. O la ocasión en que metió la mano en una suajadora con hojas filosas (especie de molino) y luego él mismo le dio vuelta a la manija. Afortunadamente, soltó la manija en cuanto sintió el dolor del machucón, dejándole la aventura solo un hematoma en un dedo que le hizo perder la uña. Ahora, la tragedia que vive Don Emilio por la muerte de su esposa Doña Elvia, me hizo recordar esa etapa de nuestra vida en que nos unió el destino, mientras él construía nuestra casa de Reforma Chiapas. Casa en la que ahora vive sola mi suegra Doña Matilde. Lo que siempre he admirado de Pedro es su capacidad para aguantar callado las reprimendas que se ganó, justas o injustas, el estoicismo que tiene para aceptar las críticas, buenas o malas, y su aplomo y voluntad para aceptar sin aspavientos cualquier negativa a sus deseos. Hasta ahora, no se le pueden aplicar los epítetos de sedicioso y díscolo, y espero que nadie se los aplique nunca. Cuando sepa esta mala noticia de Don Emilio, seguro se pondrá triste.

viernes, enero 03, 2014

La velada

Pedro, Ale y Yo nos quedamos platicando hasta la 1:30 de la madrugada. Platicamos sobre todo de las ventajas que trae aparejada la actividad de la lectura. Siempre intenté iniciarlos en esta loable actividad aunque siempre obtuve pírricos resultados. Cada vez que Pedro se va a Guadalajara se marcha siempre muy motivado con la lectura. Pero siempre sucede que a la hora de poner el pie en suelo tapatío se olvida de su propósito. Esta vez no fue la excepción. Me solicitó que le recomendara algunos libros para leer. Le recomendé las novelas "tardes con Margaritte", "el curioso incidente del perro a media noche" y "la conjura de los necios". Esta última novela le interesó porque, a propósito de sus réplicas o comentarios, lo comparé (opino que injustamente) con el personaje principal de esa novela "Ignatius Reilly". Conversamos de la dificultad que el ser humano a tenido a lo largo de la historia para formarse una opinión propia de lo que sucede en su país y en el mundo. Coincidimos en que la mejor forma de atender este problema es leyendo las experiencias de vida que nos legaron la personas que nos antecedieron. Cada uno de ellos nos transfiere el conocimiento de los problemas que les tocó vivir y la forma en que sus contemporáneos los resolvieron. Toda novela, sin importar su clasificación, contiene información valiosa si se sabe como buscar.