Gladis y yo fuimos a Reforma a visitar a su mamá. Antes pasamos a la casa de las garzas para que dish se llevara por fin sus aparatos a la fregada. Fue para Gladis un periplo desagradable convencer a los empleados de esta voraz compañía para que se llevaran sus equipos. Al exhorto tajante de Gladis de "llévense el equipo porque ya cancelé el servicio" recibía siempre chapuceras y evasivas réplicas, tales como ¿No está usted contenta con el servicio? ¡Llevamos e instalamos los equipos a donde usted nos indique! ¿Ya levantó su reporte? ¡Estamos en espera que México nos confirme! ¡En este momento no tenemos técnicos disponibles! Admiré la paciencia estoica con la que Gladis, por enésima vez, tomaba el teléfono y aguantaba por espacio de diez minutos los viles y poco éticos artilugios mercantiles de esa monstruosa y nefasta compañía. Eso sí, cuando contratamos el servicio, casi nos secuestran para que los lleváramos a casa al instante a instalar el equipo; no sea que nos fuéramos a arrepentir. A partir de esto, vinieron los dolores de cabeza para nosotros, sobretodo con los implacables y excesivos cobros moratorios cuando nos pasábamos una hora de la fecha límite de pago. Cuando menos lo esperábamos, ¡zas!, ya nos habían cortado la señal. Si me preguntan ustedes mi opinión respecto a dish les diré que es una compañía que brinda un servicio francamente depredador. Así, sin más. Un carnívoro que devora carne, huesos y pellejo.
Bueno, pero este no era el objetivo de mi entrada, sólo que me entraron de pronto unos deseos irrefrenables de despepitar contra esta clase de negocios. El objetivo principal era hablar del abandono que se ha instalado como dueña y señora en la casa de las garzas. El jardín, antes bien podado y acicalado, se ha convertido en un breñal denso que intimida, y en el que hoy se alojan hormigas, lagartijas, arañas, y toda clase de insectos rastreros y voladores. Mi gardenia, antes soberbia y mimada (feliz y modosita como la bella y delicada flor del principito) muestra ahora unas hojas marchitas de tristeza que se aferran desesperadas a unos palos negros de tanto moho. El interior de la casa rezuma esterilidad. Así han de oler las tumbas de los faraones del antiguo Egipto cuando se abren por primera vez. El comején, plaga más resistente que las cucarachas citadinas, ha invadido sin ninguna resistencia y reticencia el baño de las visitas. Esta casa, conquistada ahora por el ingrato y egoísta olvido, ahogada por el polvo fino del descuido, y aterida por la omnipresente humedad que en estas latitudes nunca falta, fue el escenario en el que representamos durante muchos años los hechos de nuestras vidas: Kory, Pedro, Ale, Gladis y Yo. Aquí compartieron sus vidas con nosotros nuestras entrañables mascotas: Niño (perro bóxer), Patón (perro basset hound), Paco (loro), las Gordas (cuyos) y Pachis (gato). Niño y Patón se quedaron cubiertos con la tierra negra de nuestro jardín, hermanados para siempre por ella, descansando en paz bajo la sombra de unos altos y robustos cocoteros. Muchos de mis estimables recuerdos tuvieron origen en el interior de estas vigorosas paredes. Estando aquí escucho con resuelta nitidez, los ecos de aquellas voces nuestras que aún revolotean y rebotan en cada una de las esquinas. Llegan a mi con la misma vitalidad y vehemencia con que se dijeron en aquellos remotos años.
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