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domingo, enero 05, 2014

Don Emilio

El jueves murió la esposa del hermano Emilio. Fue la noticia con la que me recibió Gladis el viernes cuando llegué del trabajo. Recordé de inmediato la cara alegre de Don Emilio de 20 años atrás, mientras trabajaba en la construcción de nuestra casa de Reforma, y las incontables aventuras que Pedro vivió a su lado teniéndolo como ayudante de albañil advenedizo. Recordé también la última vez que lo saludé. Fue el día en que velamos a mi suegro Don Lucio. 20 años transcurrieron sin vernos. Él y Pedro se reencontraron ese día. Ambos se dieron un gran abrazo y recordaron juntos las aventuras de trabajo que vivieron en aquel tiempo. La diferencia de estatura entre ellos me hablaron del largo tiempo transcurrido desde entonces. Mientras escribo esto, me llagó con luz vagabunda y con sabor a tiempo la imagen del niño Pedro cuando corría por la calle de Mariano Abasolo de Reforma Chiapas totalmente en pelotas. Tenía entonces como 3 años. Gladis pasaba vergüenzas, y su cara recorría todas las tonalidades del rojo, cuando lo veía corriendo sin ropa por la calle. Lo hacía con desparpajo, con la inocencia innata de los niños, gozando de cada cosa nueva que encontraba, y si era desarmable mucho que mejor. Su atuendo, en aquellas tropelías, lo componían apenas los zapatos y la melena rubia que el viento le alborotaba. Su rebosante curiosidad nos hizo pasar (a nosotros y a Don Emilio) no pocos sustos. Como aquella ocasión en que cogió la clavija que yo acababa de cortar a una extensión eléctrica (con un cabo de la propia extensión como de 2 centímetros conectado a ella). Unió los dos cables de la clavija y así la conectó a un contacto de la pared. El flamazo del corto circuito le quemó las pestañas, las cejas y la melena. Abrió también el interruptor principal de alimentación dejando la casa a obscuras y a Pedro en un grito continuo a todo pulmón. O aquella ocasión en la que, en pleno proceso de una de sus infatigables invenciones, se pringó los ojos con pegamento cola loca. Él mismo salvó su vista al echarse abundante agua en los ojos mientras su mamá llegaba para llevarlo a emergencias. O la ocasión en que metió la mano en una suajadora con hojas filosas (especie de molino) y luego él mismo le dio vuelta a la manija. Afortunadamente, soltó la manija en cuanto sintió el dolor del machucón, dejándole la aventura solo un hematoma en un dedo que le hizo perder la uña. Ahora, la tragedia que vive Don Emilio por la muerte de su esposa Doña Elvia, me hizo recordar esa etapa de nuestra vida en que nos unió el destino, mientras él construía nuestra casa de Reforma Chiapas. Casa en la que ahora vive sola mi suegra Doña Matilde. Lo que siempre he admirado de Pedro es su capacidad para aguantar callado las reprimendas que se ganó, justas o injustas, el estoicismo que tiene para aceptar las críticas, buenas o malas, y su aplomo y voluntad para aceptar sin aspavientos cualquier negativa a sus deseos. Hasta ahora, no se le pueden aplicar los epítetos de sedicioso y díscolo, y espero que nadie se los aplique nunca. Cuando sepa esta mala noticia de Don Emilio, seguro se pondrá triste.

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