Soy Alex. Tengo seis meses cumplidos. Mi avance en el descubrimiento del nuevo mundo va viento en popa. Bien lejos de arrecifes y escolleras. He aprendido a reírme de las zalamerías que me confeccionan las personas, como las que me hacen mi tía Alejandra y mi abuelita Gladis. Las que me hace mi abuelito Mauro no tanto. Sus coreografías tienen el grácil movimiento de un hipopótamo con tutu y moño de tul. A las personas les gusta verme sonreír y que les haga aspavientos y gorgojeos. Me encanta mover mis pies y mis manos aunque una vez encarrilados ya no los pueda parar. Se detienen sólo si les da su muy regalada gana. He aprendido también a emitir sonidos con mi garganta aunque no siempre me salen cuando yo quiero. Por más que puje. He querido simular las fragorosas carcajadas de mi papá pero aún estoy muy lejos de conseguirlo. Todo lo que me sale es un remedo insípido de risa de Santa Claus con adenoides. Lo más sobresaliente que tengo para contar es que a mi mamá le ha dado por meterme a la boca cucharadas de distintos mazacotes. Algunos de esos brebajes me han parecido francamente incomibles y su sabor me ha repelido tan hondamente que mi aversión por ellos durará toda la vida. Estos dones del presagio y la premonición segurito se los debo a mi abuelita Gladis. Ahora estoy en pleno descubrimiento del mundo a través de mis recién descubiertos cinco sentidos. Estoy en la etapa en que llama poderosamente mi atención cualquier sonido. Mi interés por el conocimiento (como ya dije, soy una persona con grandes aspiraciones) toma el timón para buscar la fuente que los produce. Entonces sucede el milagro ¡la relación entre ellos (causa y efecto) quedará estampada en mi memoria para siempre! Serán algo así como el yin y el yang, o como el yunque y el martillo. Mi abuelito Mauro dice (ya saben como es él), que estos ítems emparentados, que permanecerán vinculados para siempre en mi memoria, serán posteriormente mis futuros paradigmas. Después de que este milagro de asociación se produce soy capaz de imaginarme a Rina parada sobre sus patas traseras, con su lengua de fuera y sus ojos como dos huevos duros solicitando mediante un estrepitoso guá-gua que le lancen su juguete favorito, todo esto sin siquiera voltear a ver la escena. En esto se me va el día. Guardando en los estantes de mi biblioteca (que espero algún día, si de relaciones se trata, sea tan grande y tan famosa como la de Alejandría) las asociaciones y las onomatopeyas que me facilitarán algún día el laborioso trabajo de comprender los entrecijos del mundo y resolver los acertijos que me impongan mis iguales. Jijijiji, tengo algo que confesar, jijijiji. Estoy en pleno conocimiento y aprendizaje (y práctica correspondiente) del sutil arte de conseguir lo que me place. Es bien fácil. Sólo es cuestión de desgañitarse y patalear como poseso. No hay corazón filial capaz de resistirse a este calibre de obuses por más de 30 segundos. Seguiré practicando hasta hacerme digno de un Óscar, o cuando menos de obtener una mención honorífica. Los mantendré informados.
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