Fui la noche de hoy a un Chedraui de Tampico. Solo fui por acompañar en las compras a mis compañeros de infortunio. Estando ahí se me ocurrió comprar una caja de espaven enzimatico previendo el impacto nocturno de 6 tacos de cecina que recién había engullido con más voracidad que gusto
-¿Cuanto es? pregunté a la diligente dependienta de la farmacia.
-Son 110 pesos, me respondió mientras empacaba mi compra en una bolsita de plástico.
Le extendí un billete de 200 pesos
-Aquí tiene, dije apresurado mientras buscaba con la mirada a mis compañeros entre un hervidero de consumidores que en ese momento aprovechaban las "ofertas" del "buen fin". Luego, escuche aquella pregunta que la dependienta lanzó al aire frío de la noche como sin nada
-¿Trae su tarjeta del insen?
Yo busqué a mi alrededor a la persona encorvada, menguada en carnes, rostro enjuto y apergaminado, de pelo ralo y cano oloroso a naftalina, que fuera la posible destinataria de aquella pregunta tan ¿obvia?. Descubrí horrorizado que en ese momento yo era la única persona presente en el mostrador. Con la duda y el desconcierto pegadas a mi rostro comprendí entonces que esa pregunta tan mal intencionada estaba dirigida a mi. Fue entonces que sentí el peso de los años que llevo encima (que sin ser dramático ni son tantos). Como si se tratara de un continuo tañer de campana, en mi interior se siguió escuchando por largo tiempo el eco de aquella ingratitud de sentencia ¿Tarjeta de insen? ¿Tarjeta de insen? ¿Tarjeta de insen?
-¿Cuanto es? pregunté a la diligente dependienta de la farmacia.
-Son 110 pesos, me respondió mientras empacaba mi compra en una bolsita de plástico.
Le extendí un billete de 200 pesos
-Aquí tiene, dije apresurado mientras buscaba con la mirada a mis compañeros entre un hervidero de consumidores que en ese momento aprovechaban las "ofertas" del "buen fin". Luego, escuche aquella pregunta que la dependienta lanzó al aire frío de la noche como sin nada
-¿Trae su tarjeta del insen?
Yo busqué a mi alrededor a la persona encorvada, menguada en carnes, rostro enjuto y apergaminado, de pelo ralo y cano oloroso a naftalina, que fuera la posible destinataria de aquella pregunta tan ¿obvia?. Descubrí horrorizado que en ese momento yo era la única persona presente en el mostrador. Con la duda y el desconcierto pegadas a mi rostro comprendí entonces que esa pregunta tan mal intencionada estaba dirigida a mi. Fue entonces que sentí el peso de los años que llevo encima (que sin ser dramático ni son tantos). Como si se tratara de un continuo tañer de campana, en mi interior se siguió escuchando por largo tiempo el eco de aquella ingratitud de sentencia ¿Tarjeta de insen? ¿Tarjeta de insen? ¿Tarjeta de insen?