Arturo, te envío un afectuoso saludo. Supe por este medio, aunque tarde, del gran acontecimiento que los reunió el año pasado derivado de haber terminado nuestra carrera (y no al contrario) de Ingenieros Mecánicos Electricistas en la Universidad de Guadalajara hace ya 30 años. Celebro que aun los una ese fuerte vinculo fraterno que se fortaleció poco a poco gracias a las dificultades y peligros que sorteamos juntos en aquellos campos tecnológicos minados de pesadas integrales y espantosas derivadas. Me dio mucho gusto y también una desmesurada nostalgia cuando vi las fotografías que acertadamente enviaron en forma masiva a todos los destinatarios de nuestro grupo. Aquí las caché, en Ciudad Madero Tamaulipas, lugar en el que provisionalmente me encuentro trabajando dese hace poco más de dos meses. Fue pura casualidad haberme enterado de este importante acontecimiento debido a que desde hace años no utilizo los correos que ustedes tienen registrados. Padecí un poco para reconocer a algunos de nuestros condiscípulos. Llegar a reconocerlos me obligo a hacer acopio de amplio esfuerzo para retirarles mentalmente la pátina (más gruesa en unos que en otros) que sin nuestro consentimiento, nos dejo en depósito el inmutable y omnipresente tiempo.
Recuerdo vivamente el día en que tú y yo íbamos montados en aquel jeep rojo descapotable que tú tenías en aquella época y que me gustaba tanto por su desparpajada originalidad. Recuerdo que en él recorríamos una amplia avenida, quizás se trataba de la calzada independencia. Ninguna originalidad hubiera tenido aquel día de no haber sido por la copiosa lluvia que nos sorprendió en el camino y que nos hizo blanco del agua turbia de todos los encharcamientos que gustosamente y con mucho tino nos lanzaron los camiones y los coches que nos rebasaron. Sale sobrando decir que llegamos a nuestro destino empapados como esponjas de fregadero y escupiendo larvas vivas de ajolotes y charales.
También recuerdo la excursión que se organizó a tu tierra natal Tlalpujahuilla con la idea de rescatar los despojos de una avioneta siniestrada y abandonada por razones para mi "desconocidas" en un terreno agreste y despoblado colindante con esa población. Lo que aun conservo fresco en la memoria relacionado con esos días fue el susto que nos hizo pasar una madrugada el maestro que nos dio la materia de control (no recuerdo su nombre) cuando al llegar a una sorpresiva T (él, su bochito, y tres o cuatro de nosotros) se siguió despreocupadamente de frente sin disminuir la velocidad. Gracias a los chicoteos que las ramas producían al golpear la laminación, a los violentos tumbos y reparos como de jaripeo, y a los desesperados volantazos que el conductor daba tratando de evitar colisiones graves, descubrimos con horror que el asfalto de la carretera había desaparecido, y había tomado su lugar una llanura empedrada, algunas depresiones traicioneras y un enjambre de breñales punzantes y chapuceros. Afortunadamente el bochito se detuvo metros adelante gracias a una cuneta de poca profundidad y también al temple y a la pericia de nuestro conductor.
Recuerdo gratamente las grandes "disertaciones filosóficas" en que nos ocupábamos, entre clase y clase, mi entrañable amigo y compañero Eliseo y Yo; disertaciones que giraban en torno a la cosmovisión que se adueñó de las mentes de la generación beat estadounidense; pláticas que siempre acompañábamos con bastante humo de cigarrillo barato y de abundante café caliente "pintadito" servido en un vaso de unicel. Son treinta años de no saber absolutamente nada de este notable amigo huesudo de tez blanca parecida a la cera, de pelo cano y aspecto de boxeador aventajado, de andar garboso y pausado, y de apariencia algo ajada. Todo esto lo hacía proyectar a los demás una cierta hosquedad y un sobrado aire de experto perdonavidas. Sin embargo, todo esto era un ensayo bien montado a la manera de Salvador Dalí o de Juan José Arreola. En realidad era una persona hospitalaria, de brazos abiertos, de trato sincero y muy generosa.
Recuerdo a nuestro líder universitario Gaudencio que era nuestro vinculo con la otrora poderosa (y ahora tristemente célebre) Federación de Estudiantes de Guadalajara.
Podría continuar dando cuerda a la máquina oxidada en la que tengo guardados los recuerdos de esa época; pero el crujir de sus engranes y el rechinido de su poleas me recuerdan que sus fierros oxidados ya no están en condiciones de emprender grandes esfuerzos. Así que mejor le paro antes que se me reviente una banda o se me fracture una polea.
Te envío un abrazo acompañado de mis más sinceros deseos de salud y bienestar para ti y tu familia.
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