El calor es sofocante. El termómetro del carro ha alcanzado hasta 44 grados Celsius en días pasados. El interior es un horno. Lo sé por que al abrir la puerta me lanza su vaho directo a la cara haciéndome patente su enojo por haberlo dejado expuesto a los inmisericordes rayos solares. El calor me obliga a bajar ambas ventanillas para que el aire menos caliente del exterior desaloje al malhumorado calor interior. La radiación que escapa del interior se me lanza al rostro como gato encolerizado clavando sus garras afiladas en las ya de por si maltratadas mejillas. No sopla viento que ayude al cuerpo transpirado a deshacerse del exceso de temperatura que lo agobia. El sol no se anda con rodeos a la hora de hacernos participes de su fogoso gusto veraniego de echar brazas a la tierra. No hay más que aguantarse.
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