Tenía 12 años en 1972. Eran tiempos de revueltas estudiantiles y represiones de estado. Estaba abierta la herida de los acontecimientos en Tlatelolco y aún estaban frescos los hechos del Halconazo del jueves de corpus. Mientras yo, ajeno a todo ese reverberar social, desconectado totalmente de todo cuanto ocurría más allá de mi barrio, más allá de la escuela o de la familia, vivía felizmente en mi calle ocupado exclusivamente en mis canicas, con mi yoyo o el trompo según correspondiera a la moda adolescente del momento. Fue en aquél tiempo que reparé en una vara de escasos 30 centímetros de altura que se alzaba temblorosa de entre los breñales de nuestra jardinera, que era en aquel entonces un puro terregal. Sus contadas hojas brotaban de las ramitas enclenques como avergonzadas, o tal vez con miedo que los ventarrones las arrancaran de cuajo de aquel tallo escuálido plantado de mal ganchete por trabajadores del Ayuntamiento de Guadalajara. Ocurrió el día en que sus ramitas se me hicieron buen escondite para ocultar mi canica buscando esconderla del tiro certero de mis adversarios de juego. Años más tarde (y muchos juegos de por medio después) me enteré que era un eucalipto, y muchos años más adelante (las canicas hacía mucho tiempo habían caído en el olvido), supe que estos árboles alcanzaban alturas considerables. En mi estancia reciente en Guadalajara, apoyé mi mano en más de una ocasión en el tronco de este eucalipto. En la actualidad mide aproximadamente un metro y medio de circunferencia y su altura rebaza los 20 metros. Tendría mucha más altura de no ser por Don Pedro que hace años le dio una buena podada al considerarlo un peligro durante las tormentas y ventarrones. Calculo que andará por los 40 años de edad. Poco tiempo de vida considerando los muchos años que dura este árbol originario de Australia capaz de crecer en cualquier sitio y soportar cualquier circunstancia. Este árbol de fuego (así llamado por su fácil combustión) fue testigo y centinela silencioso de nuestra familia durante el tiempo que vivimos bajo su sombra. Ha sido utilizado a lo largo de estos años como respaldo, candil, macetero, perchero, sombrero, referencia, cuaderno, y un sinfín de cosas más. La corteza rugosa de su tronco luce hoy llena de cicatrices, recuerdos dejados por manos impacientes cuyos dueños conversaban cobijados bajo su sombra.
2 comentarios:
Asi es tio recuerdo la podada que le dio mi abuelito mas o menos hace unos 11 años,a sido testigo de los cambios que se han originado en la ciudad y sobre todo en la familia.
En Reforma no es comun este arbol, pero algunas personas que tienen problemas broqueales cuecen sus hojas y con el vapor hacen inhalaciones, cuidando de no quemarse con el vapor e incluso hace algunos años algun laboratorio farmaceutico elaboraba una inyecciones de eucalipto para enfermedades de tos y gripas con flemas... por otro lado que bueno que no los haya porque en nuestro pueblo tinen consigna de tirar todo los arboles que esten en la via publica...o tal vez quieran que el lugar este como la calle de penelope ....sin un sauce en la calle, puede que esta sea la cerrazon....quiero decir la razón
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