Llegamos la tarde del domingo a la colonia las garzas. Yo, con la intención de holgazanear sin tener una pizca de remordimiento y Gladis con el propósito de ayudar a su mamá a hacer los tamales que tanto le gustan, aunque con bastante frecuencia le hacen también renegar la tripa. Como siempre sucede arribamos con todos los arreos que nuestras muchas manías nos exigen cargar. Encontramos a Páchis en la puerta esperando por su comida y con las marcas de arañazos en los carrillos que ya son su sello distintivo. Sus mejillas son puro musculo y con el tiempo han adquirido la apariencia y consistencia de bolsas con canicas. No hay duda de que extraño el ambiente apacible de la colonia, roto únicamente por el gorgoreo constante de las múltiples especies de aves que se posan a socializar en el mango y por los maullidos ocasionales de Páchis apremiándonos por alimento. Otro lujo que me doy en la colonia sin mucho cargo de conciencia es comer unas ricas mojarras tenguayacas de rio que Gladis me prepara fritas acompañadas con el inigualable sabor que le agrega el chile amashito machacado solo con sal y limón. La agradable novedad es que por fin están arreglando el tramo carretero de acceso a la colonia que la última inundación dejó peor que la superficie lunar y hacía su tránsito poco más que tortuoso. Tengo que dejar por ahora esta bitácora porque según me dice Gladis me están esperando en la mesa un par de estupendas mojarras preparadas nada más y nada menos así como les conté.
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