Uno tiene la creencia de que todo lo que uno crea o hace es especial y único entre todo lo que es creado o hecho por los demás. Uno tiene la orgullosa esperanza y el secreto deseo de que nuestras invenciones produzcan si no una prolongada y desbordada emoción, si una efímera y agradable sorpresa en los demás. Nos vemos en ellas, vivimos por ellas y somos capaces de morir por ellas. Uno vive deseando y creyendo en esta fantástica utopía hasta que lentamente va siendo minada y consumida por el carcoma de los años y por el peso aplastante y arrollador de la realidad. Es poco lo que se puede decir cuando descubrimos nuestras más íntimas creaciones, aquellas que modelamos con el mejor material, utilizando los más destacados procedimientos y las más puras emociones, adornando sin más virtud que su herencia despilfarrada, las vitrinas rotas y mugrientas de los más sórdidos tugurios, alumbradas apenas por sordas y opacas luces de neón escarlata que las hacen rielar fantasmagóricas entre las risotadas indiferentes de los más abyectos mediocres de pacotilla que las escupen con su bocas espumosas llenas de residuos a medio digerir y tufos de alcoholes vaporizados. Ausente está en estas obras de arte la delicada belleza y el halo de inocencia que el artista imprimió amoroso a través de varios años de desvelo. Ahora lucen como sombríos y húmedos bloques de concreto armado carcomidos por la lluvia ácida y de cuyas grietas brotan pululantes los hongos de la dejadez y la corrupción. Hoy se mimetizan tan perfectamente en este torvo y corriente entorno de muros carcelarios –rayados por manos violadoras y destripadoras– que son díficiles de reconocer incluso por su estupefacto y atónito creador ¿Cuando sucedió tan miserable y kafkiana transformación? ¿Por qué? nos preguntamos los artífices mientras contemplamos desolados y yertos nuestras otrora magnificas obras. La respuesta nos cae como espeso aceite hirviendo cuando presagiamos que esa imagen horrorosa que ahora vemos borrosa por el agua que nos brota incesante de los ojos puede venir de la reveladora superficie pulida de un espejo. ¡No! ¡No es posible! ¡Es preferible engañarse y pensar que fueron sustraídos de sus nichos por ladrones sin escrúpulos! ¡Sí! ¡Eso fue!
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