Llovió la madrugada de hoy con el vigor propio de las tormentas de agosto. Fue una lluvia pesada que no quiso venir sola; vino con un aire nervudo y oblicuo de carácter tan voluble como constante. A medio día, el viento todavía corría loco entre los árboles sin dar la más mínima muestra de cansancio. Los árboles ululaban y crujían como señal de protesta o quizás como clamor de súplica. El canto de las aves me anunció que el temperamento climático se había tranquilizado. De camino a Reforma observé el comportamiento apacible de los animales que reflejaba la calma que le sigue a la tempestad. Las vacas pastando apacibles en el campo rodeadas de garzas blancas y zancudas. Cada vaca asechada por su garza de la misma forma que un planeta es perseguido por su satélite. Existe entre estos animales una benéfica simbiosis: las garzas obtienen un alimento fácil mientras que las vacas se desprenden de sus molestas garrapatas. Fue un día refrescante que nos hizo olvidar un poco los calurosos días previos.
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