No se ni como ni en que momento surgió en mi el gusto por las bellas artes. Me gusta sobretodo la música, la pintura, la escritura y la literatura. No puedo decir lo mismo de la arquitectura y de la danza. Apenas en el siglo pasado se agregó a la lista de las bellas artes el llamado séptimo arte, el cine, que junto con la fotografía los he añadido también a mis preferencias. No me explico de que forma fui adquiriendo estos gustos que, en opinión de algunos que me rodean, son por decirlo con gentileza, algo extravagantes. No fui criado en un ambiente propicio para las artes. Mi crianza fue como la de cualquier adolescente que se desarrolla en un ambiente urbano y periférico en el que predominan el gusto por la lucha, el box, el futbol, las novelas y los comics. Mis pasatiempos de niño-adolescente fueron las canicas, el trompo, el balero, el yoyo y la colección de estampitas. Aún con esta corta experiencia y visión del mundo, en algún momento de mi temprana adolescencia se encendió en mi la flama de la estética y de la belleza. Desde una etapa temprana quise ser pintor pero al faltarme los lienzos, los óleos y los pinceles, me conformé con dibujar a lápiz. En una etapa posterior quise ser músico. Me hubiera gustado tocar el piano pero me faltaba el instrumento. Por consiguiente, me incliné por la guitarra, único instrumento que estaba dentro de mis posibilidades. En la preparatoria descubrí la filosofía y me zambullí en las aguas dulces de los Diálogos de Platón. Luego me hicieron leer también (yo no quería) las tragedias de Euripides. Ya por mi cuenta leí tres o cuatro obras de Shakespeare y la Celestina de Fernando de Rojas. El dinero no me daba para muchas letras. Afortunadamente las personas de pocos recursos contábamos con la editorial Sepan Cuantos que en aquel tiempo producía libros como arroz y a precios muy accesibles. No tengo ninguna duda al reconocer que mi gusto por el arte me ha abierto muchas puertas interiores que, por desconocimiento, yo mismo mantenía cerradas. Seria muy larga de enumerar la lista de beneficios que he obtenido de todas las obras de arte sobre las que he derramado la mirada. Estoy seguro que habré adquirido otras monerías de las cuales aun no soy consciente. La verdad es que el arte se crea y se transita en soledad. Quizás sea esta característica la que intimida y evita que más personas se introduzcan en los manantiales creados por las mentes brillantes y sensibles de los artistas. Nos tocó vivir la época en que se enaltece el trabajo en equipo, la diversión química en bola y el esnobismo sin limite. Una época en que el individualismo es equiparado con un egoísmo obtuso. Una época en la que estar en soledad un par de horas produce en muchas persona disnea, taquicardia y depresión. Los adultos con este desliz son tachados, cuando bien les va, de pobres anacoretas o de redomados antisociales. Si el solitario es un estudiante lo etiquetan ipso facto de nerd ¿Será que el arte y los artistas estén condenados a la extinción? Tan devaluado esta el termino que muchas personas llaman artistas a los cantantes que salen en la TV ¿Será que el destino de las obras de arte sea como Ray Bradbury lo pronosticó en su libro Fahrenheit 451? Mucho de lo que este libro narra como ficción hoy ya es una realidad.
1 comentario:
El ultimo tercio de tan noble escritura que nos has compartido -esa de los artitas salidos de la televisión- me hizo recordar el termino dado a esos mismos artitas que ahora llaman a cada rato DIVA o tal vez DIVO, mismo que aplican a diestra y sinietra por doquier sin repara la realidad de quien realmente merece llevar ese adjetivo, saludos que tengas un año trece lleno de prosperidad...
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