Advierto de antemano a mis queridos y potenciales lectores, que esta es lectura solo para chocos. Si no lo eres, te solicito encarecidamente que te agencies un diccionario con chocobulario incluido. Quedas advertido.
En estos días de feria tabasqueña uno busca con desespero un lugar con sombrita para aconcharse y sacudirse el agalambamiento de la calor. Pero uno se amacha tanto con querer ir a la feria al grado de armarle un soyenco pancho de anaguado a quien se quiera oponer. Claro, después anda uno por ahí babeando, rojo como un tomate y con la lengua de fuera, como cuando uno se jimba varias jícaras de pozol con harto chile amashito. Con este guatao de calor el cemento es como una fridera que le sancocha a uno canillas y carcañales. Dan ganas de guindarse de una amaca en las ramas de un cocoite y no apearse de ahí hasta que el gegen o el tábano le zumben a uno por la mollera. Luego está el apretujamiento y el batuquiadero de la gente que le pone a uno bojincho el bushón. Después de caminar un rato entre el bonchao anda uno todo cachureco con las canillas tembleques y el carcañal adolorido. El sudor le hace a uno chacualear al caminar, transformando el ensayado paso de arrecho en un desgarbado trote de cholenco cimarrón. No falta que en una de tantas vueltas se tope uno de frente con Doña Esa que habla como dando graznidos de chachalaca y empiece a cushilear hasta el cushul de su vecino Don Frijol. No encuentra uno las horas de sentarse entre cojollitos para jondearse un chorote bien frío con mucha oreja’e mico y un bushel de cuijinicuil con pinta de chanchamito. En lugar de esto anda uno todo pasmado y papujo por los rayos del sol que caen a la pelavaca dándole a uno pescozones y piñazos que se sienten como majaguazos con gruesos y nudosos chiribitos. Deverasmente, este caldeado ajetreo desguanza y desvalaga los ánimos, y multiplica el deseo de embrocarse en una pila de agua fría. El cayucao de gente que viene a la feria es variado: los hay chelos, murushos, chencos, bushones, cachurecos, chintos, arrechos, chujos, desguanzados, bojinchos, bolos, ashushados, anaguados, agalambados, chechos, ñengos, papujos, pasmados, y más. Lo peor de todo es que de tanto dar vueltas, te dan ganas de wishar después de haberte jondeado un pocao de micheladas, y no se diga si te da el ingrato pringapie después de haberte atipujado un platao rebosante de rico y excelente ajiaco. Ni hablar si comes frijoles charros, entonces deberás resignarte a los triquitraques y aventazones que te dejarán la trusa aposhcaguada, shuquienta y chejeada ¡Iche kareca! Después de esto cualquiera queda como labaza de tunca, lleno de shis a cupache. Después de turuntunear el día entero entre tanta gente y calor uno queda mas que zorimbo, tembeleque y turulato, dejando el cuerpecito toshito de entusiasmo y con tutupiches en los ojos. Con el último shishito de vigor de tanto salamerear, seco por la regasón de sudor, ajado como pushcagua de carnicero y oloroso a huevo puque, me voy ancá los amigos para retornar a casa ¡Ah diantre! Llega uno a casa sin fuerzas ni para achichiguar al misho ¡Hay ya Tú! ¡Hay mojo tileco! La energía solo alcanza para levantar el totoposte y el tajo de queso fresco y acaso una pirishada de caldito con arroz y presa en un pote muy pichicato ¡Trasqué, prestale un refresco a la tendera antes de que me atragante! ¡Adiuuuuu!