El sol y el agua ya empezaron su jueguito de aventarnos sus tormentas. Ya las nubes, hijas de este inestable matrimonio, se pasean altivas y orondas por el cielo de Villahermosa, sabedoras de la inquietud que provocan en las mentes acaloradas de los que nos movemos aquí abajo. Y es que uno nunca sabe el plan en el que vienen estas bañeras volantes, si como amigas piadosas o como enemigas crueles. A veces uno las contempla hechizado como aquel que espera con ilusión cándida obtener una buena catafixia con Chabelo, otras veces uno las mira con recelo como si fueran heraldos portadores de malos augurios, recordando los grandes perjuicios que han dejado en las ultimas inundaciones. Es frecuente que esta ciudad sitiada por dos ríos y a menos de diez metros del nivel del mar, tenga una relación de amor-odio con el agua. Por ejemplo, la conquista española entró por las aguas del río Grijalva. En algún lugar de sus riveras en el municipio de Centla Hernán Cortez recibió como regalo a la inteligente Malinche. Las invasiones americanas y francesas se nos colaron por la corriente de este mismo río. Las calles del primer cuadro de la ciudad llevaron desde entonces los nombres de los generales tabasqueños que protagonizaron estas primeras batallas desiguales. Ahora, conforme el nivel del agua se incrementa en las tormentas, el odio va subiendo de tono como el efecto Doppler de un sonido que se acerca. El odio arremete como furia de toro abanderillado cuando el agua entra a la casa sin la cortesía de esperar a que se le abra la puerta. Al día siguiente anda uno tan rígido como cadáver viviente de película del Santo y con el animo en jirones como si hubiera sido cortado en pedacitos con tijeras herrumbradas.
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