Mi nombre es Dobby; por mis venas corre sangre de raza Chihuahua. Mi pelo es trigueño pálido y va siendo más claro conforme baja por mis costillas. Mi talla es larguirucha y mi alzada es algo mayor que los de mi raza; de aquí se desprenden los furtivos rumores apartheid de que la mezcla de elementos que me dieron origen no fueron todos originales. Mi carácter es alegre y lo demuestro moviendo como péndulo mi cola flaca y dura como palo que es la herramienta que utilizo cuando quiero demostrar mis emociones. Además de mi cola, utilizo también las orejas para demostrar que estoy apenado, triste, expectante o feliz. Me gusta estar con mi manada que la componen tres humanos (padre, madre e hija) y una fémina de mi propia raza con la que ando de arriba a abajo por toda nuestra madriguera. Me llevo de maravilla con la hija del matrimonio humano; ella me abraza en el día y me deja dormir en su cama durante la noche. Pero su mamá es quien nos da comida; ella esta siempre pendiente de mis necesidades y es muy buena interpretando el idioma canino; con ella me siento seguro y confortable. Ella es la única que nos saca a pasear en su carro y cuando lo hace nos abre la ventanilla para que nosotros podamos sacar la cabeza; entonces el viento nos azota y nos infla los cachetes que es lo que mas nos gusta. Tengo predilección por las ventanas; cuando nuestra familia humana nos deja solos, con dos saltos rápidos me trepo al respaldo del sillón que esta bajo la ventana que da a la calle; entonces pongo rectas mis orejas y muevo la cola para decir adiós. Antes no me gustaba quedarme solo en la madriguera y siempre lloraba cuando esto sucedía, pero desde que mi novia me acompaña ya no me importa ni me intimida la soledad. Ahora saltamos, corremos y ladramos juntos. Antes, cuando no tenía a mi novia, no ladraba. No le hallaba el gusto a ladrar como oía hacer a mis vecinos. El resto de la manada se extrañaba por este anómalo comportamiento; entonces me animaban (mamá e hija) a que yo ladrara al repartidor del agua, al repartidor del gas, pero yo no hacia caso y continuaba terco con mi silencio. Hasta oí decir alguna vez al papá que me llevaran al psicoanalista; ahora se que era ironía; así es él. El líder de la manada es el papá; cuando hago algo que no le gusta regaña como loco a todos por mi mal comportamiento; uno de mis peores defectos, lo reconozco, es orinar el piso de la madriguera en lugar de hacerlo en el orinal que nos tienen asignado; esto lo hago cuando estoy enojado. Cuando el papá entra en su dormitorio y me encuentra acurrucado en su cama con el permiso de su novia, agacho mis orejitas y le ofrezco mi grupa con la cola entre las patas en señal de sumisión y hago como que la virgen me habla. Entonces se le ablanda el corazón y me deja estar otro ratito en el calor familiar en donde disfruto mucho estar. Pasado ese ratito extra con los jefes de la manada me bajo de su cama y corro a la de su hija a pasar la noche a gusto, justo como Dios manda. Me siento muy afortunado de vivir con mi manada y tener a mi novia cerca. No pienso en el futuro porque eso no son asuntos que le importen a nuestra especie; solo espero que nada cambie y que todo se mantenga igual. Guaguá.
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