Ayer estuvimos en Balancán Tabasco. Fuimos al sepelio de Doña Flor; señora muy querida por la familia Burelo. Fuimos Doña Maty, Maty Jr, Gladis y Yo. Hicimos dos horas y media desde Villahermosa hasta Balancán. Pasé cinco horas ante el volante de la minivan de Maty. Salimos de Villahermosa como a las 8:30 AM y llegamos a Balancán a las 11 AM. Durante la mayor parte del trayecto (ida y vuelta), nos acompañó una lluvia ligera bastante terca. Toda nuestra estancia en Balancán la pasamos resguardandonos de un aguacero de intensidad variable. A veces era una lluvia suave y fina, como los hilos de una telaraña; otras veces era una lluvia áspera y tosca, como los hilos de un costal de ixtle. Gladis fue la más previsora de todos; como siempre sucede. Su sensible barómetro interior le aconsejó llevar ese día, con todo y nuestras descaradas burlas, un abrigo de lana gruesa. A los ojos de los demás, nada en el cielo parecía anunciar lluvia. El aguacero nos tomó a todos por sorpresa. En esta ocasión solo Gladis sonreía. Tuvimos que hacerle frente vestidos sólo con unas raquíticas ropitas de verano muy delgadas. Eso si, aunque mojados y ateridos, nos alcanzo el ánimo para comprar mojarras para comer todo un mes; mojarras criadas en las tranquilas y arenosas aguas del río Usumacinta. Este río es muy traicionero -me comentó Quézia, nieta de Doña Flor, mientras contemplábamos pasar su lento y pesado caudal ocre desde el costado del malecón. Cada año cobra a Balancán un tributo en ahogamientos. La mayoría de los ahogados son estudiantes adolescentes con la sangre saturada de testosterona y deseosos de reafirmar su masculinidad ante sus iguales. Con este objetivo en mente se internan en sus aguas aparentemente tranquilas intentando cruzarlo a nado. Nada se puede hacer por ellos cuando a la mitad del río los sorprende un calambre en alguna de sus extremidades motoras. En estos casos la ayuda llega a ellos demasiado tarde; el río los engulle rápido y se los lleva lejos. Aquí mismo se celebra anualmente la pesca del robalo -continuó Quézia. En esta competencia, la parte del río en la que estamos ahora se llena de embarcaciones con sus tripulaciones dispuestas a sacar el robalo de mayor peso que les haga ganar la competencia. Las embarcaciones bajan al río para ser botadas al agua por aquella rampa que se ve allá. Luego toman posiciones en el río que cada tripulación selecciona con una dosis más de fe que de técnica pesquera. Mientras Quézia me contaba todo esto yo miraba un grupo de aves negras que nadaban perezosas por la superficie rizada del Usumacinta. Sobresalían del agua sólo sus cuellos y cabezas que en ocasiones desaparecían también. En las riberas y meandros del Usumacinta, que lo asemejan mucho a una serpiente gorda en continuo movimiento, se pueden ver pequeñas áreas de maíz y hortalizas que las personas laboriosas siembran entre una creciente y otra. Salimos de Balancán como a las 5 PM con la promesa de regresar a comer carnitas y chicharrones el fin de semana posterior a la Semana Santa.
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