Debido al deterioro de salud de mi padre, me vi en la necesidad de regresar a la ciudad de Guadalajara una semana después de haber regresado a Reforma de nuestra anterior visita. Esta vez regrese solo y hoy cumplo ya mas de 15 dias de estancia en esta perla tapatía disfrutando de la conversación de mis hermanos que cada noche se reúnen en la casa paterna con el fin de reconfortarle los dias al patriarca. Mañana regreso a Reforma a reanudar mis actividades. Hoy Vere (la esposa de mi hermano mayor Gregorio) y Yola, se dieron a la tarea de hacer carne asada. Yo me ofrecí a prender el carbón supervisado por Yola. Después de un momento (lo que dura un estornudo), viendo que yo requería periódico y alcohol para continuar con mi tarea, intervino diciendo: Déjame hermano, tu sabes prender el carbón urbano, yo se prender el carbón de rancho. Tomó una astilla de ocote y la encendió. A continuación le hizo “casita” con trozos de carbón y esperó orgullosa la fogata para que después la mirara este aprendiz de piromaniaco. Solo humo salió de aquel montón de carbón. Después de este fallido intento, entré en acción nuevamente ya preparado de antemano con todas mis herramientas. Ya con la flama en acción, a Cristian (hijo de mi hermana Josefina) se le ocurrió decir –tío, porque algunas personas le agregan sal al carbón?. No terminaba aún de pensar en el posible efecto físico culpable de aquella singular creencia cuando vi a Yola con un puño de sal granulada que sin miramientos esparcía ya en aquella débil flama que ya se batía desesperada urgida de oxigeno. Paso lo inevitable. Aquel “cerro” de sal limitó inmediatamente el poco oxigeno del que se nutría aquella endeble flama asustadiza. Me retiré de inmediato para no contemplar aquel artero flamicidio y con el firme propósito también de rehacer la próxima estrategia que hiciera posible interponer una separación considerable entre el asador y Yola. El próximo intento de encender aquél “cabrón” (favor de intercambiar la “b” por la “r” en esta última palabra) debería ser ineludiblemente exitoso, de otro modo esta comida tan ansiada se iba a convertir en una apremiante cena. Gracias a la intervención de muchos de los presentes que motivados por el hambre optaron por entretener a Yola (como aquellas personas que distraen a un niño con un dulce alejándolo cada vez que se le acerca). ¡Eureka!, ¡Aleluya! Eran los gritos de jubilo que nos vimos impulsados a exteriorizar pero que estoicamente aguantamos para no hacer sentir mas mal a mi hermanita que en ese momento tan dulce e inocentemente corría detrás de aquellos dulces prometidos. Ya encendido el carbón, todos estuvimos a la expectativa de otra posible ocurrencia que diera al traste con aquella flama vigorosa que tanto trabajo representó para todos los expectantes, hambrientos y desesperados comensales.
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