Mala cosa. Ayer en la mañana, en medio de una reunión de trabajo, me tomó por sorpresa y a traición un punzante dolor en la región lumbar. De ahí en adelante fue de puras angustias. Me daba vértigo y sudaba frío tan solo pensar en que me tenía que sentar. Ponerme de pie después de haber permanecido sentado largo rato era una hazaña y una escena dignísima de ver. El cuerpo se negaba a dejar el molde de la silla y cualquier esfuerzo cerebral por recuperar la vertical se traducía instantáneamente en un dolorosísimo recordatorio de su ingobernabilidad. A la hora de la comida me fui directo a casa por una copiosa dosis de diclofenaco y ketorolaco para que me ayudaran a lubricar y embonar otra vez en su lugar los ejes y dientes de mis descarrilados engranajes. Que desfiguros. Mi cuerpo rígido, enroscado como anzuelo, se negaba a marchar recto. Se desplazaba con lentitud tratando de capturar, lejos de toda gallardía, asideros invisibles. No entiendo como hacían para caminar los antiguos héroes de caballería que después de cabalgar por varios días bajo la lluvia enfundados en sus armaduras oxidadas les sobraba ligereza y garbo para defender las buenas causas. Nada más verme, a Gladis se le dibujó una sonrisita en el rostro que en nuestro lenguaje corporal tiene el significado de “ya estás viejito” Haciendo acopio de una valentía que estaba lejos de sentir, y en detrimento de la poquita elegancia que me pudiera quedar, fui a terminar mi jornada de trabajo. Ya en casa y después de comer me fui con mis quejidos a ver la TV. De pronto, escuché un lamento que no era mío. Lo próximo que vi fue una figura espectral caminando en una posición aún más lamentable que la mía. Era Gladis, y la había atacado, nomás porque sí, el mismo mal. Caminaba en la misma posición que adoptan los purepechas cuando interpretan la danza de los viejitos: agachada, la mano derecha en un bastón y la izquierda en la cadera. No hay duda, somos como siameses. Por un momento nos vemos alternativamente a la cara y al nudo marinero en que se habían convertido nuestros cuerpos y soltamos la carcajada al unísono.
1 comentario:
No pos si Mario esos dolores, son más que el grito de Dolores de Hidaldo, al inicio de la jornada de independencia, a mi me ha trastocado el dolor en varias ocasiones, me tira en cama, me lamento por los bochornos que me dan desde la mismisima cerviz y hasta donde termina la ultima vertebra, alla por el coxis, cosa que impide ir hacer las necesidades fisiologicas de manera normal; hace rato cuando Gladis paso por la farmacia nos comento el anecdota de que ambos sufrieron ese dolor, de los que nos acordamos fue lo de una pareja de personas con capacidades diferentes, el varon cantaba, mira como ando mujer por tu querer.... la Señora contestaba, estamos en las mismas condiciones......
Publicar un comentario