Después de un día de calor agobienta, tenemos una esplendida noche de viento fresco. Nuestras vecinas las palmeras, altas y esbeltas como mástiles sin vela, se mecen y murmuran empujadas por los intermitentes y vigorosos soplos de la noche. El roce del aire hace que las duras hojas palmeadas redoblen su cuchicheo. La noche esta despejada y la luz blanca de las estrellas se acentúa por un fondo de terciopelo negro. Me surge el deseo de conversar con mi gemelo inmaterial. Mejor dicho, él es quién habla primero. Me urge a agudizar los sentidos. Me señala las melenas alborotadas de las palmeras comparandolas con largos tentáculos de anémonas de mar. Me ordena dar bocanadas del vinto que corre, que me concentre en su aroma y que le encuentre sabor. Dócil, hago todo lo que me ordena. Miro hacia arriba, a la cima de las palmeras y veo los tentáculos de las anémonas de mar en su movimiento de vaiven. Aspiro el aire fresco. Su olor es de hierba recién cortada y tierra recién humedecida con un ligero sabor dulzón.
Visitas de la última semana
sábado, abril 23, 2011
jueves, abril 21, 2011
Agua, sol y diversión
Llegó mucha gente a la alberca. Los arrastró hasta aquí el bruñido calor veraniego. Los bañistas hormiguean laboriosos alrededor de pequeñas palapas de cuya cima se desprenden sombras que cubren solo porciones de sus cuerpos. Cada tanto, los que se cobijan bajo sus sombras, orientan su silla siguiendo la raquitica faja de sombra que se fuga conforme el sol se aleja del cenit. Los niños gozan, chacualean, se montan a sus tiburones de plástico, o avanzan en el agua embrocados en su salvavidas amarillos, rojos o azules, estampados con sirenitas u otros motivos marineros. Los hombres sentados con su modelo de lata en una mano y con la mitad de un taco en la otra charlan animadamente, probablemente de la forma más segura y eficaz de contener la desatada delincuencia. Las mujeres montan guardia vigilantes de los quehaceres y aventuras de sus hijos mientras ellas mismas platican con un gusto singular con su homónima de a lado. Las preocupaciones diarias son olvidadas al menos por un rato, mejor aún si se tienen por delante otros tres días promisorios.
Dame un besito
Hicimos carnes asadas el sábado. Estuvieron con nosotros Ale y sus amigos: Roberto y Carla. Pedro y los suyos pasaron por aquí como un suspiro para luego continuar su recorrido hacia el sur que bien podría titularse 800 leguas dia viaje submarino. Después de despedir a los viajeros y sin más tiempo que perder, Ale, Roberto y Carla, con sus bañadores ceñidos y sus toallas al hombro, atravesaron como hálito la angosta calle que separa nuestra casa de la alberca. Todo el día fue asolearse igual que iguanas y garrobos y ponerse al corriente en sus respectivos y múltiples malabares materiales y en sus cada vez mayores cabilaciones metafísicas. Mientras nuestros invitados se achicharraban de puro y genuino gusto, Gladis y Yo fuimos de compras a Reforma. Estando en el supermercado decidimos comprar carne para recibir a los febriles bañistas con un asado después que ellos mismos terminaran de hacer lo propio a sus gueros y transparentes cuerpecitos. Ya con la tripita llena, la plática de los convidados se prolongó hasta la madrugada del domingo entre piñas coladas “sin alcohol” como posteriormente supe por dichos de la mamá gallina. El domingo llegó de visita Kory y nos anunció que tenía planes de irse a desestresar a Yucatán durante esta Semana Santa. Todos los visitantes aprovecharon el aventón que Kory les ofreció (no a Cancún sino a Villahermosa). Se fueron un poco más oscuros de como llegaron, cada uno ya totalmente al corriente de los avatares ocurridos a los demás, quizá con el plan ya delineado para la próxima reunión. Por último, ya en la noche, y entre las miradas atentas de Paco (el perico) y de la de los tres cuyos de Ale (las Gordas) Gladis se dió a la tarea de recoger de la cochera los implementos de labor con que asamos las carnes. De pronto, Gladis entró a la casa como tromba. ¡Mira!, ¡mira!, ¡mira!, me señalaba con angustia su brazo derecho. Yo miraba desesperado la zona indicada esperando encontrar las señales características de los colmillos de una nauyaca o cualquier otra alteración anormal en la piel producto de algún desconocido bicho, pero por más que me esforzaba en esta tarea no lograba distinguir nada fuera de lo normal. ¡No veo nada! ¡dime que te pasó!. Mira mis vellos como están de erizados –me decía mientras me acercaba más su brazo a la cara. ¡Bueno, pero dime por qué!. Es que Paco me repetía con insistencia: ¡dame un besito! ¡dame un besito! ¡dame un besito! pero lo decía con una voz ronca, casi concupiscente, nada parecida al timbre de voz de Ale que es la que le repite con frecuencia esa frase. ¡Qué escalofrío! murmuró Gladis mientras se frotaba los brazos con las manos. Con la sorpresa olvidé preguntarle si por fin le había dado el solicitado besito al volado de Paco.
miércoles, abril 20, 2011
La gripa
Gladis y yo apenas estamos saliendo de una mortificante y colosal gripa. Nuestro andar aún esta lejos de ser garboso y nuestra enclenque figura aunque rolliza continúa desprovista de su natural color. Deambulábamos por la casa igual que figuras de cera transparentes. Pareciamos fantasmas en busca del huidizo pueblo de Comala de Pedro Paramo, cada una con su rollo de papel higiénico en la mano, único consuelo y paliativo contra la ingrata y acatarradora enfermedad. Los apenas tolerables síntomas tales como la tos espasmódica, la respiración chillóna y agitada, el abundante moco acuoso, la temperatura nocturna, el lagrimeo de mojina, la nariz tapada, así como la sordera recalcitrante y muchas noches de insomnio y mal dormir fueron nuestros inseparables acompañantes por espacio de 15 largos días. Afortonadamente los días vuelven a ser otra vez luminosos, disfrutables y placenteros. Aunque el sol tiene ya días extrayendo a las personas abundante sudoración, nosotros apenas nos enteramos de ese su acostumbrado e impertubable pasatiempo de sorber el seso y evaporar el agua de la gente. En estos días vuelven a nuestros oídos las felices arengas de los habitantes arbóreos, a nuestra naríz los aromas intensos de las olorosas gardenias y por nuestros ojos, libres ya de lágrimas sin tristeza, entran en tropel los colores del arco iris además de las muchas tonalidades lilas de los macuilis, del amarillo fosforescente de los guayacanes y del rojo carmesí de los nada timidos framboyanes.