Hicimos carnes asadas el sábado. Estuvieron con nosotros Ale y sus amigos: Roberto y Carla. Pedro y los suyos pasaron por aquí como un suspiro para luego continuar su recorrido hacia el sur que bien podría titularse 800 leguas dia viaje submarino. Después de despedir a los viajeros y sin más tiempo que perder, Ale, Roberto y Carla, con sus bañadores ceñidos y sus toallas al hombro, atravesaron como hálito la angosta calle que separa nuestra casa de la alberca. Todo el día fue asolearse igual que iguanas y garrobos y ponerse al corriente en sus respectivos y múltiples malabares materiales y en sus cada vez mayores cabilaciones metafísicas. Mientras nuestros invitados se achicharraban de puro y genuino gusto, Gladis y Yo fuimos de compras a Reforma. Estando en el supermercado decidimos comprar carne para recibir a los febriles bañistas con un asado después que ellos mismos terminaran de hacer lo propio a sus gueros y transparentes cuerpecitos. Ya con la tripita llena, la plática de los convidados se prolongó hasta la madrugada del domingo entre piñas coladas “sin alcohol” como posteriormente supe por dichos de la mamá gallina. El domingo llegó de visita Kory y nos anunció que tenía planes de irse a desestresar a Yucatán durante esta Semana Santa. Todos los visitantes aprovecharon el aventón que Kory les ofreció (no a Cancún sino a Villahermosa). Se fueron un poco más oscuros de como llegaron, cada uno ya totalmente al corriente de los avatares ocurridos a los demás, quizá con el plan ya delineado para la próxima reunión. Por último, ya en la noche, y entre las miradas atentas de Paco (el perico) y de la de los tres cuyos de Ale (las Gordas) Gladis se dió a la tarea de recoger de la cochera los implementos de labor con que asamos las carnes. De pronto, Gladis entró a la casa como tromba. ¡Mira!, ¡mira!, ¡mira!, me señalaba con angustia su brazo derecho. Yo miraba desesperado la zona indicada esperando encontrar las señales características de los colmillos de una nauyaca o cualquier otra alteración anormal en la piel producto de algún desconocido bicho, pero por más que me esforzaba en esta tarea no lograba distinguir nada fuera de lo normal. ¡No veo nada! ¡dime que te pasó!. Mira mis vellos como están de erizados –me decía mientras me acercaba más su brazo a la cara. ¡Bueno, pero dime por qué!. Es que Paco me repetía con insistencia: ¡dame un besito! ¡dame un besito! ¡dame un besito! pero lo decía con una voz ronca, casi concupiscente, nada parecida al timbre de voz de Ale que es la que le repite con frecuencia esa frase. ¡Qué escalofrío! murmuró Gladis mientras se frotaba los brazos con las manos. Con la sorpresa olvidé preguntarle si por fin le había dado el solicitado besito al volado de Paco.
1 comentario:
Me pregunto angustiado y con la preocupación de mi querido Cuñado, que si a ese paco ave emplumado no habra que estarlo monitoriando, esas aves enemoradas pueden hacer y decir cosas inventadas....je je je saludo Cuñao espero que no te cause celos ese animalito conquistador........
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