Empecé a escribir esta bitácora en 2005. En aquél tiempo me motivó el interés de mantener a mis familiares al tanto de algunas escenas que mis sentidos percibían del exterior. He procurado siempre (algunas veces sin éxito) mantener alejado de estos retazos de vida mis preferencias éticas o morales. En cambio, he preferido escribir el mensaje que me transmite lo que veo y el estado de ánimo que me produce una vez que lo decodifican los muchos paradigmas que arrastro desde mi más tierna infancia. En este punto he de decir que mis paradigmas funcionan como cristales de antiparras que distorsionan o filtran en diferente grado la luz que mi sentido ocular capta del exterior. Por consiguiente, he de advertir que el escenario que yo describo puede ser distinto de aquel que un compañero imaginario pueda percibir del mismo hecho. Esto no quiere decir que esta bitácora este llena de alocadas fantasías, solo quiero destacar el hecho que lo escrito aquí es la realidad vista desde atrás de mis propios e inamovibles cristales. Decía al principio que esta bitácora empezó con la única intención de tender un vínculo con las personas que quiero y que están lejos de mí. Con el tiempo, esta motivación fue lentamente reforzada por el propio gusto encontrado en la formación constante de oraciones. Esto me permitió escribir sin tener un motivo, tema o suceso previo en mente. Fue entonces que empezó en mí el interés por el estilo (o la forma) además del contenido. Fue así que llegó a mí la afición por la descripción literaria: “Estoy en mi sofá favorito. Frente a mí está el televisor enscendido. Estoy recostado sobre mi costado izquierdo escribiendo en la Lap lo que estás leyendo ahora. La Lap está sobre una mesa de centro que tiene la misma altura del sofá y también la misma antigüedad. Ambos están hechos de madera de cedro y están llenos de marcas indelebles que el tiempo les ha dejado impresas. Tengo a mi izquierda un escritorio viejo de madera comprimida que tiene el castigo añejo de cargar una antiquísima computadora de escritorio que no ha sido encendida desde que nuestros hijos se marcharon. A mi derecha, a media altura de la pared, cuelga un reloj redondo de unos 25 centimentros de diámetro que me recuerda en las noches que ya es la hora de dormir. Su marco es de imitación madera y tiene números arábigos grandes, ideales para gente de visión corta como la nuestra. Estoy en medio del recibidor en cuyas paredes están empotradas las puertas de todas las habitaciones: La nuestra y la de Ale al frente, la de Pedro y la de Kory atrás. Hoy, solo la nuestra tiene vida los fines de semana. De las otras, solo las reminiscensias de algunos ecos apagados quedan”.
1 comentario:
Recordar el entorno y plasmarlo en la hoja de papel vertual, es heredar para generaciones futuras, los pensamientos y arreos que nos acompañaron por el camino de la vida en algunos momentos, de solas esparcimientos, el entorno donde nos refugiamos en el yo interno para expresarlo de manera intima, para aquellos que gustan de nuetras escrituras, por sigulares que sean, saludos, Mario
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