El viento dejó de soplar. Se quedó sin aliento como si el calor le hubiera dado un golpe en la boca del estomago. Las hojas de los árboles están quietas, inmóviles como musas esperando el pincel de un artista inexistente. Hay silencio. Los seres vivos están en sus madrigueras, bajo el dosel del follaje, o en las charcas, huyendo todos del abrazo sofocante del calor. Fuimos Gladis y Yo a Reforma para hacer algunas compras. Pasamos antes a la casa de Doña Maty para preguntarle si algo se le ofrecía de la tienda. Bastaron solo unos minutos de estancia en la Farmacia de Don Lucio para que mi cuerpo empezara a defenderse del calor rezumando líquido copiosamente. Mi frente empezó a gotear literalmente y para protegerme los ojos del sudor me pasaba el dedo pulgar por la frente usándolo de la misma forma en que lo hacen los limpiaparabrisas en las gasolineras. No hay nada elegante en esta maniobra que por otro lado es la única solución cuando uno no tiene la costumbre de llevar pañuelo entre la ropa. Otra opción es dejar que el sudor escurra con naturalidad por donde la gravedad lo lleve pero este líquido salino es tan mula que le gusta agarrar casi siempre el camino de los ojos. Como todos sabemos no hay nada de estimulante en permitir que entre líquido con cristales a los ojos, aunque estos cristales sean de sal y los ojos sean ya viejos. Ni para contentarme con el aire acondicionado del coche porque Gladis me advierte con marcado rigor y solemnidad que los cambios bruscos de temperatura me pueden desgraciar los bronquios. Claro, como siempre Yo le hago caso. LLegué a casa con el latido del corazón resonándome en la cabeza. Si mi corazón fue el badajo, entonces mi cabeza fue su campana.
1 comentario:
Hombe qué él caló está fuete y Cuba no asamo a 45 grado, saludos Mario, si que esta fuerte el calor no hay que estar refugiado en casita mientras se pueda
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