Este fin de semana Gladis y yo optamos por descansar en la colonia las garzas. Para mí, esta elección implica viajar (tengo que trabajar), pero para Gladis, por alguna exótica razón que se niega a revelarse completa (incluso a ella) significa "poder descansar como se debe". Y es que estando aquí, tan pronto como se tiende en su hamaca lo único que alcanza a hacer en forma consiente antes de quedarse tan dormida como osa en hibernación es encender la televisión. Esperábamos también que este fin de semana el mecánico terminara de reparar nuestra vieja camioneta, cosa que a nuestro pesar no ocurrió. La casa de las garzas tiene ya un ligero aspecto de abandono. No hay quien recoja los mangos maduros que caen del árbol. Tampoco hay nadie que retire las hojas amarillentas de la gardenia, ni quien libere a la carambola del peso de las frutas que doblan sus ramas. Tengo lástima de Pachis que lo hemos abandonado a su suerte y que cada fin de semana nos espera anhelante y hambriento a que lleguemos sin estar nunca seguro si llegaremos. Cuando estamos aquí traga con la desesperación del que se sabe perdido y se asegura de pedir siempre a Gladis doble ración de comida. No hay duda, hemos sido muy ingratos con él. Hablando de otras cosas, hoy cayó una lluvia vigorosa. Su enérgico goteo me acompañó desde Villahermosa hasta la Isla. Su chorreo intenso e incesante enturbió de tal modo el parabrisas que transformó toda certeza en molesta incertidumbre y cubrió los ineludibles charcos con un halo de inevitable temor.
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