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miércoles, julio 24, 2013

La hamaca

Les platico que en mi opinión la hamaca es un invento maravilloso. Lo descubrí hace ya varios años por mediación de mi esposa Gladis. En cada casa que hemos habitado desde que vivimos juntos invariablemente lleva la suya consigo para guindarla en la primera oportunidad en el lugar que con mucho esmero y ancestrales conocimientos elige. Esta elección sucede casi siempre antes que la primera semana concluya. Ella no considera una casa habitable (a menos que sea de paso), mucho menos alegre o jacarandosa si antes no ve colgado en su dormitorio su catre-columpio-red como lo dicta el protocolo chamula-choco-lacandon. Una vez concretada la ceremonia de montaje se toma el tiempo para contemplar su obra y siguiendo el mas riguroso estándar comprueba que la altura sea la debida, la tensión sea la correcta, la concavidad sea la ideal. En este punto hay que ver la expresión de bienestar y relajación que adopta. Su sonrisa reaparece mientras las marcadas arrugas van desapareciendo de su frente, el hambre le resurge y corre que le vuela el cotón a prepararse su imperdonable cafecito nocturno antes de descansar y deleitarse en su obra. Una vez instalada de esta forma, la hamaca está lista para convertirse en cama, sofá, mecedora, columpio o spa, al gusto del feliz usuario. La primera vez que la utilicé para dormir (de esto ya hace varios años) lo hice con el temor muy natural de abrirme la cabeza en la primera caída o con miedo a que Gladis me encontrara en la madrugada con la red liada en el cuello, todo morado y con la lengua de fuera ¿Como iba a hacer para girar cuando mi cuerpo me lo pidiera? ¿Como iba a evitar a mitad de sueño que los dedos u orejas se me enredaran entre tanto hilo delgado? En aquella ocasión el calor que hacia me empujó a tomar ese riesgo sin pensarlo demasiado. A veces el calor lo lleva a uno a cometer graves burradas como esa de bañarse en la noche con agua de tambo y con el ventilador directo en la velocidad mas alta con la terrible consecuencia que al día siguiente anda uno con una tos canija, boqueando como bagre sin agua y con los bronquios que no quieren pasar aire. Sin embargo, aquella primera noche que dormí en hamaca la recuerdo perfectamente porque fue algo completamente nuevo, muy diferente a dormir en los camastros previamente conocidos. Pero lo que mas recuerdo fue la profundidad a la que me llevó aquel sueño. Profundidad que me hizo creer al despertar que había dormido solo siete minutos en lugar de las siete horas acostumbradas.

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