Desanimo total del aire, que yace lánguido sobre calles boquiabiertas. Banquetas que marchitan caminantes con sus miradas de rayo incandescente. Resuello caliente y abultado que se clava fiero en las paredes del gaznate. Agua salada que escurre veloz por llanos de pelambre hirsuto y tieso. Sol fogoso que abraza con caldeado vaho y rictus iracundo. Todo es un comal lengüeteado por las llamas rojas de un hogar puesto a punto para hacer diez kilos de tortillas de maíz nuevo. Las almas marchan lentas y cabizbajas bajo un colérico cielo azul de calva metálica y relumbrosa, o esperan inertes en la esquina, con el ánimo quebradizo, el esporádico paso de su camión. Ojos que se humedecen tras los cristales empañados de los lentes. Gotas gordas de sudor, que locas de rabia, se despeñan con pulcro heroísmo desde la cumbre de la nariz. Árboles con hojas quitas que resguardan el volátil sueño de los pajaritos. Iguanas tan inmóviles que parecen fotografías.
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