Tenía más de 35 años de no saber nada de Tomás. El Chino, como cariñosamente le decíamos sus amigos de secundaria. Recuerdo con claridad su piel apiñonada y su gran cabeza coronada por un pelo castaño ensortijado peinado al estilo afro. Le gustaba proyectar una imagen de chico malo que intimidaba al primer vistazo. Ahora me recuerda a Holden Caulfield protagonista de la novela El Guardián entre el Centeno. Pero una vez que entreabría esa cortina de hierro dejaba al descubierto un corazón tan noble como la madera de caoba o de nogal. En aquel tiempo las revueltas estudiantiles eran muy frecuentes y las autoridades muy tolerantes con ellas. Hablo del año 1973. Había que ser duro ante los demás si se quería sobrevivir en aquel ambiente fogoso lleno de adolescentes que desbordaban testosterona, anhelantes de ejercer su recién adquirida libertad. En aquel tiempo los estudiantes tenían licencia para saquear. Un día se les ocurría sin más secuestrar un camión urbano con todo y chofer, y otro día también. Así, dueños de camiones y de sí mismos, recorrían la ciudad asaltando los camiones repartidores de refresco, las tiendas de abarrotes y de licores, y todo lo que se interponía en su camino. Con el botín amablemente recaudado, se iban de camping a los balnearios de las afueras de la ciudad a comer y a libar como auténticos cosacos. Afortunadamente nuestro interés (de Tomás, de Isidro y mío) iba en otra dirección: la música. Isidro y Yo le rascábamos algo a la guitarra y se nos metió un día en la cabeza formar un grupo musical. Así, sin más ¿Y el baterista? Quién será el baterista? -nos preguntamos. Yo mero -propuso Tomás. Y fue así que nació el primer grupo llamado Límite: guitarra, bajo y batería. La primera voz la hacia Isidro y el coro lo hacia Tomás. Empezamos a ensayar en la casa de Isidro que estaba muy cerca del parque Gonzalez Gallo de Guadalajara. Fue una época de aprendizaje acelerado y pocas semanas después ya teníamos nuestra primer tocada que fue preámbulo de muchas más. Teníamos 15 o 16 años de edad y tocábamos palomazos en tardeadas organizadas en la colonia Talpita, frente a la iglesia, en el tercer piso de una casa que hacia esquina con la 56. Éramos bastante aventados. Nunca nos frenó el temor a hacer el ridículo. No obteniamos ningún beneficio de las tocadas, ni siquiera sacábamos para pagar los camiones. Lo que se ahorraba se invertía en instrumentos y accesorios musicales. Tocábamos por puro amor al arte. Mientras nosotros ensayábamos y amenizábamos fiestas privadas, el estudiantado se convulsionaba en una guerra intestina entre partidarios de la FEG y de la FER. Nacía la liga comunista 23 de septiembre cuya base se formó con estudiantes de la FER y de la pandilla de los Vikingos de la colonia San Andrés. Fue una época difícil para los estudiantes de secundaria y preparatoria. Muchos de ellos fueron seducidos por la corriente libertaria del Che Guevara y Fidel Castro que los animó a participar activamente en actividades de resistencia civil que los empujó poco después a la desigual lucha armada clandestina en la que casi todos murieron violentamente. La mía fue una generación de nacidos para perder. A Tomás, a Isidro y a mi nos salvó nuestra gran amistad y nuestro sincero amor por la música. Nos dio algo más en que pensar. Hoy marchamos separados, pero siempre estaremos hermanados por la amistad y los recónditos secretos de la música. Envío un afectuoso abrazo a mis queridos amigos de adolescencia, esperando que sus nietos encuentren amistades tan firmes y duraderas como la nuestra.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario