Hoy platicando con José Manuel en la puerta de la farmacia, paso un señor caminando tranquilamente por la calle. Era un señor alto, huesudo, de cara larga y afilada, como de 60 años.
¡Adiós señor Bello! –lo saludó José Manuel-
Este saludo le trajo a la memoria una anécdota sucedida ahí mismo y que ahora quiso compartir conmigo.
Cuando la Nena –Ale- era pequeña (3 o 4 años) -me dice-, ambos estábamos aquí mismo cuando pasó por la calle este mismo señor. Entonces lo saludé igual que lo hice ahora.
¡Adiós señor Bello!
Entonces la Nena con cara de extrañeza se dirigió a mí con la siguiente pregunta: ¿Por qué le dices bello Tío?
Era evidente que ella no había encontrado ninguna relación entre aquel señor que acababa de saludar y su idea de belleza.
Es que así se apellida Nena –le respondí-
Ha –terminó diciendo secamente-
¡Adiós señor Bello! –lo saludó José Manuel-
Este saludo le trajo a la memoria una anécdota sucedida ahí mismo y que ahora quiso compartir conmigo.
Cuando la Nena –Ale- era pequeña (3 o 4 años) -me dice-, ambos estábamos aquí mismo cuando pasó por la calle este mismo señor. Entonces lo saludé igual que lo hice ahora.
¡Adiós señor Bello!
Entonces la Nena con cara de extrañeza se dirigió a mí con la siguiente pregunta: ¿Por qué le dices bello Tío?
Era evidente que ella no había encontrado ninguna relación entre aquel señor que acababa de saludar y su idea de belleza.
Es que así se apellida Nena –le respondí-
Ha –terminó diciendo secamente-
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