Hoy esta reunida toda la familia. Los integrantes que por elección propia no viven ya con nosotros, ahora están en su casa. Somos los que estamos, y estamos los que somos. Pedro llegó el jueves en la noche. Él quiso pasar las vacaciones de semana santa con nosotros, y aquí está una vez más, disfrutando un buen vaso de pozol, de sus enchiladas suizas, de su querido mondongo y la compañía de sus hermanas y amigos. Estoy complacido de poder verlos juntos. Cada vez va aumentando la dificultad de compartir el mismo lugar, y hay presagios de que estos momentos se irán esparciendo cada vez más, igual que su duración: irá siendo cada vez menor. Una vez que uno sale de la célula familiar todo cambia. A donde uno vaya, siempre lo acompañará la sensación de ser una especie de exiliado, un agregado, alguien que lucha por su adaptación, por su arraigo a las nuevas condiciones o costumbres, y en esa misma proporción, uno se va despegando de su origen, de su pasado. Asimismo, ese origen y pasado invariablemente también se va desarraigando de uno. He experimentado que se alcanza con el tiempo un punto de equilibrio. De pronto se ve uno en un punto intermedio, entre su origen y su destino, entre su pasado y su futuro, extrañando lo que fue y con miedo a lo que vendrá. Uno no se siente ya como parte de su origen, ni tampoco se siente uno totalmente incorporado dentro de su nuevo destino. Es una sensación extraña de orfandad, olvido y nostalgia. Este proceso dura años en desarrollarse, es un proceso lento, con cambios apenas perceptibles. De pronto se da uno cuenta de cuanto han cambiado las cosas que se dejaron atrás. Entonces toma verdadera dimensión lo que Heráclito dijo hace unos miles de años: “Nunca nos bañamos dos veces en el mismo río. Las cosas son como las gotas de agua en los ríos, que pasan y no vuelven nunca más”. Esto lo decía en forma metafórica para referirse a que todas las cosas en la tierra (incluidas las personas) están siempre cambiando constantemente. Las personas con las que conversamos o convivimos en el pasado, como decía Heráclito, ya no son los mismos diez años después. A aquellas personas, igual que a las gotas de agua en la metáfora del filósofo, se las llevó el río para no volver jamás. Por lo pronto Ale y nosotros estamos pasando días buenos en la compañía de estas dos nuevas gotas de agua. Ale se la pasa diciendo a cada momento: hola hermana!, hola hermano!. Sus hermanos mientras tanto, tienen su cabeza llena de vivencias y escenarios de los que ya no somos parte. Igual nosotros, vivimos experiencias en las que ellos ya no han sido parte.
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