Ya consumí la mitad de mis muy escasos días de vacaciones. Quisiera que el tiempo faltante marchara más lento pero entiendo que su función no es precisamente la de cumplir caprichos, y menos de menesterosos. Por el contrario, creo que esta semana se desplazará a zancadas largas debido a que antes de que llegue a su fin deberé resolver algunos asuntos pendientes que venía aplazando por motivos de trabajo. Por otro lado el clima de la semana pasada estuvo tan caluroso que el refrigerador parecía no enfriar, ahora que, existe también la posibilidad de que se haya dañado, ya esta muy viejito el pobre. El árbol de mango es el único que parece disfrutar la temperatura de 40 grados que se alcanzaron en días pasados. Hasta eso, el clima ha sido este año ciertamente piadoso ya que no ha soplado como en otros años el destructivo viento del sur. Este viento sopla muy caliente y enjundioso desde una dirección totalmente opuesta a lo que suele soplar la mayor parte del año. Precisamente estas características son las que lo hacen tan destructivo porque ataca a las hojas y a los frutos desde un flanco para el que no tienen protección. Después de que la calma llega, la mitad de las hojas y los frutos de todos los árboles estarán con seguridad en el piso listos para servir de abono a los que tuvieron la suerte de permanecer encaramados. Como dije, este año fue particularmente benévolo porque esta vez no sopló el viento del sur como normalmente suele hacerlo. Esto ayudó a que las frágiles flores amarillas del guayacán se sostuvieran por más tiempo en el árbol. Esta floración dura escasamente una semana, tiempo en el que la naturaleza transforma su perenne y uniforme verdor en un verdor moteado de amarillo encendido. Dejo aquí una imagen que tomé a un lado de la casa.
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