Estoy sufriendo aceleradamente los estragos degenerativos de la edad. Todos mis sentidos han ido perdiendo vitalidad, particularmente la vista. Los lentes han ido convirtiéndose poco a poco en artículo de primerísima necesidad. Se me hace ya muy complicado distinguir letras en ambientes mal iluminados. Por más que ubico el texto en distintas posiciones, ángulos o distancias, la maquinaria ocular no logra embonar los engranajes que hacen que el telón de la visión se levante. Es entonces que mi mano vuela afanosa a la bolsa de la camisa a buscar las imprescindibles gafas para ayudar a la herrumbrada maquinaria de los ojos a que retome el buen camino. Ni modo, todo se oxida y los resortes de las células no son la excepción.
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