Esto de adelantar una hora el reloj me destantea todito. El problema viene cuando quiero convencer a mi reloj interno que haga lo mismo. Es osco y testarudo. No quiere oír mis argumentos y se empecina en buscar esos 60 minutos extraviados que según él le quiero escamotear. Transcribo la breve conversación nocturna que sostuve ayer con mi reloj interno:
¿Cómo que son las 12 p.m. Hace apenas un minuto eran las 11 p.m.? –dijo contrariado.
-Si. Son las 12 p.m. y es hora de ir a la cama –respondí tratando de sonar convincente.
-Pues ve tú. Mi hora de sueño no ha llegado –contestó cortante sin despegar la vista de la tele.
Luego, en la mañana:
¿Cómo que son las 8 a.m.? ¡Estás loco! Siento que me falta una hora de sueño.
-Son las 8 y es hora de ir a trabajar. Recuerda que tenemos junta a las 8:30
-¡Caray como mueles!
¿Cómo que son las 12 p.m. Hace apenas un minuto eran las 11 p.m.? –dijo contrariado.
-Si. Son las 12 p.m. y es hora de ir a la cama –respondí tratando de sonar convincente.
-Pues ve tú. Mi hora de sueño no ha llegado –contestó cortante sin despegar la vista de la tele.
Luego, en la mañana:
¿Cómo que son las 8 a.m.? ¡Estás loco! Siento que me falta una hora de sueño.
-Son las 8 y es hora de ir a trabajar. Recuerda que tenemos junta a las 8:30
-¡Caray como mueles!
Por otro lado hoy ha estado el calor como si fuera mitad de verano. Desde hace unos días he tenido la intención de caminar en las tardes pero el calor me la ha quitado. Espero animarme en los próximos días. Ayer supe por mi hermana Toña que mi tía Jesusita aún vive. Tiene 87 años de edad y su mente continúa siendo lúcida. Su plática me transportó brevemente a mi tierra natal, La Soledad municipio de Huejuquilla el Alto Jalisco. Me recordó el taninole, el atole blanco, la miel de flores de azahar, los nopales duraznillo y el queso añejo. Visitó el panteón donde yacen los restos de nuestros antepasados, la escuela primaria en donde adquirió el gusto por el conocimiento. Vio aquella barda escolar en la que solía sentarse y aquél mezquite que le regaló su sombra durante los soleados recreos. Seguro recordó los rostros infantiles de sus compañeros de clase jugando alegres en el patio de la escuela bajo la mirada paternal de su maestro de primaria.
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