Este mes de julio cumplo 25 años de haber salido de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Guadalajara. No lo hubiera recordado si no recibo un mail de José Antonio López, compañero de carrera de Arandas Jalisco. Hace aproximadamente como 5 años, por pura casualidad, coincidí con Él en una ciudad que no recuerdo (tal vez Monterrey). Ambos íbamos a la misma reunión de trabajo relacionada con la industria petrolera. Fue una agradable sorpresa enterarme que continuaban reuniéndose cada año algunos exalumnos de aquel grupo de ingenieros mecánicos electricistas y me invitó a la reunión del siguiente año si acaso planeaba ir a Guadalajara. Y así fue. En aquella ocasión se me dio la oportunidad de saludar a una veintena de compañeros, algunos ya calvos, otros canos, otros igualitos, los más ya gruesos, pero todos con el mismo carácter que yo aún rememoro. Ahora que escribo estas líneas me vienen en bola los recuerdos; se me amontonan, se me amotinan, me abruman. Todos están vestidos muy monos tratando de seducirme para que los exhiba al público contemporáneo después de haber estado momificados por un cuarto de siglo en una caverna muy húmeda y obscura ubicada en lo más recóndito de mi subconsciente. Les digo que ya están viejitos, que sus trapos no están fashion, que su corte de pelo es retro, que sus chistes arrancarán exclamaciones como ¡que oso! No creen que “sábado por la noche” ya no se escucha, ni mucho menos se baila. Platico con ellos, evocamos lugares, amigos, maestros, materias. Por fin se dejan convencer que su tiempo ya pasó, que ahora es momento de dejear espacio a los hijos. A ellos les toca ahora caminar por aquellos pasillos, respirar el aroma de aquellos jardines, escuchar aquel rumor de voces que se mezclan, saborear las tortas y los tacos durante los recesos y disfrutar un humeante vaso de café escuchando la clase en una mañana fresca de noviembre. Feliz 25 aniversario generación 78-83 de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Guadalajara.
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