Estoy en el sillón de siempre acomodado cuan largo y ancho como todos los viernes. Afuera la penumbra devora con avidez los últimos trazos débiles de luz. Escucho y veo de soslayo, como no queriendo, un video de Joe Cocker cantando con su inconfundible voz ronca y áspera “you are so beuatiful” mientras agita sus manos y dedos con la intensidad que refleja su concentración. Pienso en la belleza de algunos momentos, por desgracia casi siempre fugaces. A medida que el día cierra los ojos escucho truenos largos y amortiguados señal de que en algún lugar distante el cielo descarga sus enormes vejigas negras. Respiro el ambiente húmedo dejado por las últimas lluvias. Mis alvéolos se alborotan al recibir el aire fresco y renovado concientes de lo efímero de la ocasión. Las aves también sienten que algo distinto flota en la noche, lo demuestran sus trinos que me hacen recordar la toccata y fuga de Bach o la pequeña serenata nocturna de Mozart. Oigo el ruido de un motor, luego un portazo, niño y patón ladran como cuando viene visita. Por breves segundos me asalta la idea de que esto pueda ser verdad y me encuentren aquí tan despatarrado como estoy. Rápidamente vuelvo a la realidad al recordar que mi estado de relajación es precisamente gracias a que vivimos algo retirado del ajetreo urbano razón que hace pensar dos veces a los interesados en ver estas caras nuestras de ermitaños. De pronto, mientras escucho la canción “wonderful tonight” de Erick Clapton me veo transportado al pasado y aterrizo en aquel café de Reforma en donde en compañía de Gladis disfruto una humeante taza de café.
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