No he tenido ánimos de escribir. Hace casi dos meses que me aparté de esta bitácora. Ayer Pedro llegó, vino a pasar un mes de vacaciones con nosotros. Su viaje estuvo salpicado de inconvenientes. Apartamos su boleto con casi un mes de anticipación. Su vuelo estaba programado para el viernes en la tarde. Ese día, al llegar a documentar su equipaje le informaron que no fue posible cubrir el costo del boleto con la tarjeta. No tengo problemas con mi tarjeta, por lo que supuse que había sido una maniobra desleal de la línea de aeromexico para justificar alguna omisión de su parte. En ese momento Gladis empezó a hacer llamadas a otras aerolíneas pero no hubo suerte. No fue posible encontrar conexión en México sino hasta el día siguiente a las 6:45 a.m. con mexicana. Pedro se las arregló para que una amiga le diera posada en su casa de Puente Grande esa noche. Al día siguiente una fuerte tormenta le impidió llegar a tiempo y perdió el vuelo una vez más. Otra vez se las arregló para que lo pusieran en lista de espera hasta que le buscaran un nuevo horario de viaje. Para ese momento su mamá estaba hecha un manojo de nervios. Llegó ayer casi a la 4 p.m. a Villahermosa. Fue hasta entonces que su mamá se relajó. Hasta esa hora Gladis puso atención a la tripa que le empezó a recordar que no le había depositado alimento sustancioso en las últimas 24 horas. Pasamos por Kory a Villahermosa y enfilamos a Reforma para aplacar el hambre que a todos nos aguijoneaba. Me comí tres tamales y medio que Adelita tuvo a bien empacarme. Buenísimos. Su sabor me hizo evocar tiempos pasados con la familia en la colonia oblatos. Desempacamos el alfajor y el dulce de guayaba que Toña nos envió. La imagen de los dulces me transportó momentáneamente al mercado de San Juan de Dios recordándome sus sabores, sus olores y sus colores. Con el riesgo de no poder dormir, me comí otros dos tamales en la cena. Gracias Adelita, Gracias Toña.
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