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sábado, agosto 09, 2008

La olimpiadas de Beijing

El viernes iniciaron los juegos olímpicos de Beijing. Tenía la intención de ver aunque sea un resumen de lo que sospeché sería una bonita inauguración. No me equivoqué en cuanto al despliegue combinado de tecnología y tradición mostrado por este país milenario, pero tristemente erré en mi propósito de ver una repetición sustanciosa. Ese día, como tantos otros, fue difícil dejar la cama. Canija costumbre mía de guardar en la noche tanta reticencia de subir al colchón para luego, después de un sueño corto, sufrir en la mañana la gota gorda para apearme de él. Una vez de pie, casi siempre me hago la promesa de que la próxima noche será distinta, entonces seré bueno, me iré a la cama temprano y no diré malas palabras. Avanzado el día y con el ajetreo del trabajo invariablemente me olvido de aquella primogénita promesa, y otra vez vuelvo a ser víctima del desorden. Nunca hace falta fiesta para retrasar la marcha de este cuerpo mío y demorar su viaje al mundo donde los sueños practican su magia de renovación y encantamiento. Mi sueño se queja siempre del poco tiempo que le dejo a sus artilugios soporíferos y me encara con el puño amenazador advirtiéndome que no le eche después la culpa del decaimiento que pueda atosigarme más adelante. Pero llegada la noche no puedo resistir la tentación de echar una mirada a algún texto que me guiñe su ojo de cíclope haciéndome sucumbir al encanto de sus dichos y carantoñas.

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