Me sorprende la capacidad de adaptación de los animales al ambiente urbano. Era de noche y me encontraba parado en la puerta de acceso de suburbia esperando a que Alejandra terminara el complicadísimo proceso de elegir trapos. De repente llamó mi atención una esplendida ave de color blanco como del tamaño de una gallina que volaba lenta y majestuosa a escasos diez metros de altura y como a 20 metros de distancia de donde me encontraba. Seguí su vuelo con la mirada hasta que se posó en la azotea de un edificio que sirve de estacionamiento. Descubrí entonces que se trataba de una lechuza albina. Me sorprendió gratamente pues creía que los animales blancos eran endémicos de los ambientes níveos. ¿Qué hace esta lechuza blanquecina en el trópico? –pensé. La observé detenidamente por más de un minuto tratando de determinar la razón de haber seleccionado ese lugar en particular como puesto de vigilancia. No se movía y su pétrea postura acechante le conferían una apariencia de gárgola encalada. El color blanco ayuda a los animales de ese color a mimetizarse con la nieve ¿pero en el trópico, lugar en que predomina el verde? En este lugar su camuflaje es tan efectivo como lo sería un traje de payaso en un jardín de niños. Sin embargo, allá arriba, su actitud era la de un cazador en espionaje pero ¿Dónde estaba la presa? Abajo la gente se movía como en una gusanera, los carros entraban y salían del estacionamiento. ¿Que podría estar acechando esta ave en esta área de ambulantaje, tiendas comerciales, cines, Cafés, restaurantes y cajones de estacionamiento? De pronto distinguí en la obscuridad una pequeña sombra que cruzaba rápidamente en dirección al estacionamiento a la altura del segundo nivel. Me pareció a primera vista un murciélago. Con la misma celeridad dio vuelta en U como presintiendo las malas vibras presentes del lugar. Entonces me dispuse a ver la estrategia de caza del ave depredadora. No quitaba la vista de aquella gárgola inmóvil pero no volvió a aparecer otro murciélago en el siguiente minuto y no veía por donde pudiera aparecer otro sabiendo lo tímidos que son estos ratones alados en presencia de los humanos. Además, los murciélagos buscan lugares oscuros como las cuevas y en esta zona comercial dudaba que hubiera algo que se le pareciera. Pero la lechuza esperaba con la seguridad que le daba su instinto depredador y quizá sus previas experiencias de caza. De pronto abrió sus alas y se lanzó lentamente al vacío, no en picada sino como lo haría un paracaidista, cayendo en forma vertical con las patas hacia abajo y las garras extendidas. ¡Señor! –me habló Daniel. Le traigo las llaves del carro –me dijo. De reojo observé que un ave blanca se posaba en la banqueta a escasos diez metros a la izquierda de donde me encontraba. Gracias Daniel –contesté mirándolo para despedirlo. Ya vinieron por mí y tomé la maleta del coche –dijo extendiéndome la mano. Aún no termino de explicarme como fue que coincidieron: la elección del cazador, la llegada de la presa y la distracción para hacerme perder la escena que tanto deseaba presenciar. Una vez que el depredador encontró lo que seguramente buscaba desapareció. La última vez que lo observé se escondía atrás de un carro estacionado. Ya no lo vi salir. Ya sin el peligro del cazador, los murciélagos empezaron a revolotear por todos lados. Fue entonces que pude darme cuenta que había una pequeña rendija a la altura del segundo nivel del estacionamiento por el que entraban las asustadas presas. Esta rendija estaba ubicada exactamente por debajo de donde la lechuza se puso de vigía. La otra sorpresa mía fue ser testigo del increíble sentido de orientación de estos animalitos voladores a los que todo el mundo hace el feo. Era una rendija de escasos 20 centímetros de largo y su anchura era apenas lo suficientemente grande para aceptar la entrada de un solo animal a la vez. Lo más sorprendente era que la rendija la formaba una tira de lámina instalada seguramente para tapar el espacio que había entre el edificio del estacionamiento y el edificio adyacente. Los intrépidos ratones voladores tenían que chocar primeramente contra la pared del estacionamiento y ascender entonces verticalmente la pared para encontrar la estrechísima rendija. Pude constatar que cada murciélago hacía varios intentos (la mayoría de ellos infructuosos) para encontrar la diminuta entrada a su guarida. ¡Que prodigio de sonar tienen estos increíbles avechuchos!
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