Hay días grises y sin chiste como el de hoy en que ni un hilo de luz traspasa la gravedad y densidad de las nubes. La lluvia se desparramó lenta, minuciosa e incesante sobre la solidez que nos rodea. La humedad furtiva se deslizó por las hendiduras de las puertas para luego flotar libre por el interior de la casa hasta perderse o posarse en el primer objeto sólido que encontró. Pero aún en días lánguidos como este es posible observar si se quiere (o se sabe buscar) belleza en el escenario. No hay sol, es cierto, pero el aire está vaporoso, húmedo y oloroso. El jardín y la tierra beben y se hidratan después de un prologado periodo de sequía. Las hojas se doblan por el peso del rocío que después de mucho acumularse rueda en forma de gota por su tersa superficie hasta desprenderse como lágrima de su temporal refugio. Es fácil añorar la calidez del sol y menguar mérito a la brisa. Hoy me empeñé en buscar belleza y la encontré.
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