Pasaron los ventarrones de febrero. Los vientos fueron escasos pero sus soplos intensos. Los pocos días que azotó dejó el jardín acolchado de hojas muertas. El árbol de mango fue despojado sin remedio de la mitad de su exigua floración. Por otro lado el calor viene de menos a más, con paso lento pero firme. El sol empieza a dejar su escorzo en la piel a medida que avanza el día. Las botellas de agua se dejan ver con mayor frecuencia en las mesas y escritorios listas para que disponga de ellas el sediento. Lo malo es que con la misma rapidez que el líquido entra al cuerpo con esa misma premura sale.
Visitas de la última semana
viernes, febrero 27, 2009
lunes, febrero 23, 2009
Se anuncia la primavera
El calor va adquiriendo fuerza gradualmente. Su efecto es notorio en cocoítes y macuilís que inician su transformación del verde invernal al lila primaveral. Nuestras delicadas gardenias están siendo afectadas por los temperamentales y fogosos rayos solares convirtiendo la blancura de sus pétalos en puro acartonamiento. Resulta obvio que son alérgicas a los afilados rayos de este sol ecuatorial. Las aves también sienten que algo esta cambiando alrededor, sus chillidos y gorgojeos mañaneros se hacen más escandalosos y prolongados. Vivir retirado de zonas urbanas permite notar los pequeños cambios que anuncian la proximidad de la siguiente estación. Ninguna estación se anuncia con tanto escándalo como la primavera.
sábado, febrero 07, 2009
Primacía de la rubiácea
Nuestra gardenia ostenta con júbilo desbordado diez gruesas flores blancas muy olorosas. Su buena índole las destaca de aquellas más coloridas que coexisten junto con ellas en la cofradía de nuestro jardín. Ante ellas, las otras parecen meros lacayos, simples neófitos del ornamento. Su bruñida apariencia atrae la mirada efusiva del caminante que muy pronto se ve rodeado por las emanaciones dulces de su aromático perfume. El otrora mondo breñal, ahora se ha convertido en floresta perenne que se exhibe soberbia como un recamado monarca francés. Atrás quedó aquel matorral pusilánime que servia de hogar a toda clase de bichos rastreros y voladores, y que lo mantenían siempre ahíto y contrahecho por la intensa labor de zapa infringida sobre sus brotes. Ahora se alza inefable con petulante seguridad como queriendo decir –si, de esta manera soy yo–
viernes, febrero 06, 2009
Dedo agrietado pero dueño feliz
El lunes en la tarde tocó la puerta nuestra antigua vecina. Muy empolvada y con tapaboca me solicitó el baño para lavarse. Me explicó que había venido con sus hijos a desocupar la casa para entregarla a la administración de pemex (desde hace como 5 años viven en Villahermosa). Por razones de peso y de volumen me ofreció regalados una mesa de madera, 3 sillones de hierro y una armazón de madera (duela) de unos 2x5 metros. Vestido de bermuda y playera, y calzado con unas chanclas de plástico, la acompañé a su casa (que esta enfrente a la mía) para ver los susodichos enseres. Entre su hijo y yo tratamos de sacar de la casa la armazón de madera por la puerta de la cocina ya que era el único acceso abierto (la llave de la puerta principal por donde había entrado, se perdió). No hubo éxito. Lo único que logré sacar fue un tropezón con semejante armatoste que me desgarró media uña del dedo gordo del pié izquierdo. El golpe me dejó viendo estrellitas. El dolor iba y venía en grandes y pausadas oleadas desde la punta del dedo gordo hasta la punta del último pelo de la cabeza. A la vez un sudor frío y un aletargamiento se apoderaron lentamente de mí. Estuve vibrando como diapasón aporreado por quién sabe cuanto tiempo. Sentía el pié pegajoso y la uña teñida de rojo mostraba una fea hendidura que se prolongaba desde la punta hasta la mitad. Después de un rato y ya un poco recuperado, la vecina me preguntó mientras me señalaba la batea de su camioneta repleta de libros si había en Reforma una biblioteca. Me explicó que tenía la intención de donar toda esa pila de libros (entre ellos varias enciclopedias) porque a ninguno de sus hijos les interesaba la lectura. Si le interesa alguno de ellos lo puede tomar –me dijo. No había terminado su ofrecimiento cuando ya estaba trepado en la camioneta buscando libros con la misma enjundia que un pirata buscaría en un cofre lleno de joyas los diamantes. Seguramente la vecina me vio tan enajenado en la pepena (hasta el dedo se me olvidó) que se aventuró a preguntar con una sonrisa media picara ¿y si se los dejo todos? Si –respondí con una sonrisa de presidente recién electo. No se decir cuantos libros son, pero calculo que el peso de todos juntos ronda los 100 kilogramos. No creo que me alcance el tiempo para leerlos todos pero la lucha le haré. Faltaba más.
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