Pasaron los ventarrones de febrero. Los vientos fueron escasos pero sus soplos intensos. Los pocos días que azotó dejó el jardín acolchado de hojas muertas. El árbol de mango fue despojado sin remedio de la mitad de su exigua floración. Por otro lado el calor viene de menos a más, con paso lento pero firme. El sol empieza a dejar su escorzo en la piel a medida que avanza el día. Las botellas de agua se dejan ver con mayor frecuencia en las mesas y escritorios listas para que disponga de ellas el sediento. Lo malo es que con la misma rapidez que el líquido entra al cuerpo con esa misma premura sale.
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