Gladis y yo fuimos a Reforma el domingo. Compramos tacos de cabeza en el puesto de Martín y los comimos en casa de mis suegros, Doña Matilde y Don Lucio. Siempre disfruto las platicas con Don Lucio. Me gusta oír sus relatos de la vida en Reforma cuando él era joven. En esta ocasión me contó que en aquel tiempo (en la década de 1940 cuando tenía alrededor de 10 años) la vida en Reforma era apacible. En su memoria está fresco el recuerdo de los días en que sus familiares adultos desmontaron (para sembrar) el área que hoy ocupa la colonia Las Cactaceas y de como, una vez despejada de arboles y de follaje se convirtió en lugar frecuentado por los venados. Rememora que una noche a sugerencia de un familiar suyo se armó rápido una partida de caza. Marcharon entonces con sus bártulos entre los que figuraban rifles y lamparas de minero. Los cazadores regresaron de madrugada cargando en sus hombros un pesado venado macho de espléndida manufactura y gran cornamenta. Para transportarlo le ataron las patas delanteras e hicieron otro tanto con las traseras para luego deslizarle una larga rama entre los amarres de sus patas. Cuando se mataba un animal, comenta, una parte de la carne se salaba y la demás se regalaba. Así dictaba la vieja tradición. Había mucha variedad de animales de caza, como el puerco de monte (jabalí), el puerco que llamaban tamborcito por el ruido que hacia al caminar en manada, y el famoso tepezcuntle. Del tamborcito recuerda su mal genio y de las advertencias que corrían de boca en boca y en las que se recomendaba encarecidamente a los ambulantes treparse al árbol más cercano al menor indicio de la susodicha onomatopeya. Así era de violento este animalito. Era sabido que aquel desafortunado que pasaba por este lance y cargaba arma, desde su alta posición arboricua tenia que matar al líder de la manada para que los otros lo dejaran en paz. Entonces los tamborcitos se abalanzaban sobre el cadáver de su líder recién muerto y se lo llevaban en pedacitos. En aquel tiempo no había refrigeradores ni luz eléctrica con la que funcionaran. No había caminos ni carreteras. El único medio de transporte viable a la ciudad de Villahermosa era el agua en lanchas con motor fuera de borda. Me contó también de su afición a la pesca con tarraya y con arpón. Su casa estaba a orillas de la laguna. Entonces sus aguas eran cristalinas y los peces se miraban desde la superficie. Eran grandes y se contaban por cardumen. Se pescaba el bobo y la tenguayaca por docenas con solo aventar unas cuantas veces la tarraya. En aquellos tiempos no había lujos en Reforma pero nunca faltaba la comida en la mesa de sus pocos habitantes. Mas bien sobraba. Todo esto es recordado por Don Lucio con particular alegría, como si todos estos recuerdos le hicieran vivir otra vez aquellas emociones como la de estar junto a sus seres queridos que ahora viven solo en la memoria de quienes los conocieron.
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