Hoy es noche buena, y mañana es navidad. Esta fecha era significativa para mi Mamá y lo sigue siendo para mí. Guardo recuerdos entrañables de esta fecha, sobre todo relacionados con mi familia. Se me vienen a la memoria aquellos días del 24 de diciembre en los que iban llegando uno a uno mis hermanos que por entonces estaban casados y con hijos. Llegaban con sus pequeños a pasar la noche buena en aquel su primer hogar que ellos mismos ayudaron a construir. Pasando el umbral de aquella puerta metálica fabricada con herrería sencilla y pintada de azul, aquellos nuevos padres cabezas de familia se transformaban otra vez en hijos. Todos nos sentíamos cobijados por aquel sentimiento de amor que padres y hermanos derramaban en ese espacio único y etéreo delimitado por aquellas 3 paredes y aquel ventanal –también de herrería sencilla y también de color azul- que todos llamábamos sala. Aquel recinto fue testigo de innumerables besos y abrazos que recíprocamente nos dábamos padres, hijos, hermanos, tíos, primos, sobrinos y amigos. Ya en la tarde, cuando la comida que mi Madre había preparado con anticipación para sus hijos había cumplido su objetivo de calmar el hambre acumulada, iniciaba la música y el baile. Aquello se convertía rápidamente en una verbena en la que todos participábamos con desbordado júbilo. Cuando llegaba la noche, llegaba también el “remedio para las agruras” –término usado por mis hermanos para referirse al chupe, y que “naturalmente” se consumía más por remedio que por vicio- preámbulo para hablar de religión y del “diente” –nombre utilizado despectivamente por mi Madre para referirse a la política-. De esta forma transcurría el resto de la noche hasta que llegaban a nosotros los sonidos de las doce campanadas desde la iglesia de San Onofre. Sonidos que nos recordaban que era el momento de darnos el tradicional abrazo de noche buena que siempre coronaban aquellas magnificas veladas familiares.
En este momento acabo de recibir una llamada de mis hermanos: Yola, Guy, Chepina y Toña que me transportó por un momento a ese mágico pasado. Aprecio infinitamente este regalo que disfruté con regocijo y plenitud. Celebro también que ellos mantengan viva esta bella tradición de regalarse mutuamente un espacio para la convivencia familiar y que nuestra Madre nos heredó. Tradición que sirve –además del significado religioso- para mantener y fortalecer los lazos entre hermanos, hijos y sobrinos y que sin duda así lo planeó ella desde un principio. Lazos que se entretejen y se reproducen como neuronas con cada reunión para proporcionar seguridad y dar a sus integrantes un sentido de pertenencia inigualable que trasciende al tiempo y a la distancia. Por diversas circunstancias, yo no he podido heredar esta bella tradición a mi familia. Tal vez mi energía no ha tenido la suficiente intensidad como para mantener encendida la fugaz y titilante llama en los corazones de mis escurridizos hijos. El hecho es que he sido incapaz de transmitir este sentimiento de unidad hogareña tan difícil de conseguir en este mundo globalizado lleno de avances tecnológicos sin precedentes en la historia de la humanidad. Avances que han puesto al borde del desuso las tarjetas y las cartas escritas a mano con mensajes y dibujos salidos de nuestros propios razonamientos y no las tarjetas y mensajes preescritos y prefabricados electrónicamente con pensamientos de quien sabe quien generalmente con mensajes de cliché y que ahora utilizan con pasmosa frecuencia los de querencia “marca patito”–por lo general para salir del paso- por la facilidad de estar al alcance de un clic de nuestro ratón. Admiré el regalo que Chepina hizo a sus hermanos –una tarjeta escrita con su puño y letra, y mejor aún, con sus propios pensamientos-. Esto es amor magnificado, es afecto desbordado, es cariño convertido en combustible que mantiene el faro salvador encendido con viveza. Ella regaló lo más preciados que tenemos y que solo regalamos a aquellos que verdaderamente consideramos importante en nuestra vida: nuestro tiempo –parir una idea y llevarla al papel no es tarea fácil-.
Mando desde este foro un caluroso abrazo y mis mejores deseos a mi Padre Pedro, a mis hermanos Gregorio, Jesús y Gustavo, a mis hermanas Faustina, Josefina y Yolanda, incluyendo a sus esposas y esposos, hijos e hijas, sobrinos y sobrinas. Hago una mención honorífica a la Madre de todos nosotros de cuya materia somos parte indivisible por habernos enseñado que el regalo más valioso no se compra con dinero ni se da con reticencia. Va para ella mi eterna admiración, mi agradecimiento, mi respeto y mi cariño.
Me estoy “curando las agruras” con el tequila “caracol” que mi cuñado Juan me regaló en nuestra última visita a Guadalajara –espero no terminar como el bicho que da nombre al tequila: arrastrado y baboso- por lo que aprovecho la ocasión para brindar por esta renovada reunión familiar que por mucho considero más especial que las pasadas.
En este momento acabo de recibir una llamada de mis hermanos: Yola, Guy, Chepina y Toña que me transportó por un momento a ese mágico pasado. Aprecio infinitamente este regalo que disfruté con regocijo y plenitud. Celebro también que ellos mantengan viva esta bella tradición de regalarse mutuamente un espacio para la convivencia familiar y que nuestra Madre nos heredó. Tradición que sirve –además del significado religioso- para mantener y fortalecer los lazos entre hermanos, hijos y sobrinos y que sin duda así lo planeó ella desde un principio. Lazos que se entretejen y se reproducen como neuronas con cada reunión para proporcionar seguridad y dar a sus integrantes un sentido de pertenencia inigualable que trasciende al tiempo y a la distancia. Por diversas circunstancias, yo no he podido heredar esta bella tradición a mi familia. Tal vez mi energía no ha tenido la suficiente intensidad como para mantener encendida la fugaz y titilante llama en los corazones de mis escurridizos hijos. El hecho es que he sido incapaz de transmitir este sentimiento de unidad hogareña tan difícil de conseguir en este mundo globalizado lleno de avances tecnológicos sin precedentes en la historia de la humanidad. Avances que han puesto al borde del desuso las tarjetas y las cartas escritas a mano con mensajes y dibujos salidos de nuestros propios razonamientos y no las tarjetas y mensajes preescritos y prefabricados electrónicamente con pensamientos de quien sabe quien generalmente con mensajes de cliché y que ahora utilizan con pasmosa frecuencia los de querencia “marca patito”–por lo general para salir del paso- por la facilidad de estar al alcance de un clic de nuestro ratón. Admiré el regalo que Chepina hizo a sus hermanos –una tarjeta escrita con su puño y letra, y mejor aún, con sus propios pensamientos-. Esto es amor magnificado, es afecto desbordado, es cariño convertido en combustible que mantiene el faro salvador encendido con viveza. Ella regaló lo más preciados que tenemos y que solo regalamos a aquellos que verdaderamente consideramos importante en nuestra vida: nuestro tiempo –parir una idea y llevarla al papel no es tarea fácil-.
Mando desde este foro un caluroso abrazo y mis mejores deseos a mi Padre Pedro, a mis hermanos Gregorio, Jesús y Gustavo, a mis hermanas Faustina, Josefina y Yolanda, incluyendo a sus esposas y esposos, hijos e hijas, sobrinos y sobrinas. Hago una mención honorífica a la Madre de todos nosotros de cuya materia somos parte indivisible por habernos enseñado que el regalo más valioso no se compra con dinero ni se da con reticencia. Va para ella mi eterna admiración, mi agradecimiento, mi respeto y mi cariño.
Me estoy “curando las agruras” con el tequila “caracol” que mi cuñado Juan me regaló en nuestra última visita a Guadalajara –espero no terminar como el bicho que da nombre al tequila: arrastrado y baboso- por lo que aprovecho la ocasión para brindar por esta renovada reunión familiar que por mucho considero más especial que las pasadas.
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