Hoy fui al tianguis con Yola. Aquí se encuentra de todo, desde una muñeca tuerta y calva hasta un libro de William Faulkner. Caminamos entre las conversaciones cotidianas de vendedores y compradores: ¿Cuánto vale esa cámara de video? –preguntó un posible cliente a una joven de edad indefinible que atendía un diminuto montón de artículos usados. 800 –responde.
-¿Sirve?
-Solo le hace falta la batería.Era evidente que el estado de la cámara no correspondía en absoluto con el halagador diagnóstico de la muchacha. La cámara tenía huecos por todas partes, señal inequívoca de que esos hoyos sirvieron de alojamiento en alguna época remota a los indispensables botones de control. El inocente y crédulo comprador atinó a decir –pero, ¿y estos agujeros?. No esperé el desenlace de esta transacción. Continué mi camino algo intrigado pensando si este comprador realmente esperaba encontrar un artículo de esta naturaleza en buen estado, en ese precio, y que además ¡funcionara! o si tal vez se trataba de un estudiante avanzado de electrónica tratando de conseguir refacciones para reparar su propia cámara de video. Continuamos el camino sumidos en el incesante murmullo de la gente hasta que llamó mi atención un libro huérfano ubicado entre algunos hilachos deslavados cuyo título en letras de oro y fondo azul titilaba bajo los rayos del sol. Era una edición de 1982 de la novela “santuario” de William Faulkner impresa en España y bellamente empastada. ¿Cuánto cuesta? –pregunto. 12 -contesta una señora bajita de aproximadamente 60 años. Yola le extendió el dinero y ella puso en sus manos el libro. Mas adelante encontré entre novelas de jazmín y de Mariana Vargas, un libro de álgebra que pude comprar en 10. Yola compró un banco (para sentarse) en 20 que Juan su esposo anduvo cargando estoicamente hasta llegar a la casa.
-¿Sirve?
-Solo le hace falta la batería.Era evidente que el estado de la cámara no correspondía en absoluto con el halagador diagnóstico de la muchacha. La cámara tenía huecos por todas partes, señal inequívoca de que esos hoyos sirvieron de alojamiento en alguna época remota a los indispensables botones de control. El inocente y crédulo comprador atinó a decir –pero, ¿y estos agujeros?. No esperé el desenlace de esta transacción. Continué mi camino algo intrigado pensando si este comprador realmente esperaba encontrar un artículo de esta naturaleza en buen estado, en ese precio, y que además ¡funcionara! o si tal vez se trataba de un estudiante avanzado de electrónica tratando de conseguir refacciones para reparar su propia cámara de video. Continuamos el camino sumidos en el incesante murmullo de la gente hasta que llamó mi atención un libro huérfano ubicado entre algunos hilachos deslavados cuyo título en letras de oro y fondo azul titilaba bajo los rayos del sol. Era una edición de 1982 de la novela “santuario” de William Faulkner impresa en España y bellamente empastada. ¿Cuánto cuesta? –pregunto. 12 -contesta una señora bajita de aproximadamente 60 años. Yola le extendió el dinero y ella puso en sus manos el libro. Mas adelante encontré entre novelas de jazmín y de Mariana Vargas, un libro de álgebra que pude comprar en 10. Yola compró un banco (para sentarse) en 20 que Juan su esposo anduvo cargando estoicamente hasta llegar a la casa.
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