Pedro hoy cumple 19 años de edad. Todo el día ha estado trompudo porque le solicité que le disminuyera al relajo. Le propusimos su mamá y yo hacer una carne asada, no quiero carne asada replicó. Le ofrecimos entonces ir a comer a algún restaurante, no se me antoja, contestó. ¿Se te antoja un pastelito? Le preguntamos ya por último, no, no quiero pastel. Por la tarde, apenas llegué del trabajo me pidió el coche para ir a Villahermosa a comprar un pastel y a tomarse un café. Quién entiende pues. Claro, Ale no perdió la oportunidad y se le unió. El altercado se inició porque el 25 de diciembre en la noche me pidió el coche para ir a Reforma al cumpleaños de una amiga. Vienes temprano le solicité, preocupado por su seguridad debido a la facilidad con que circula el alcohol en las venas de los conductores, particularmente en la noche de ese día. Pues sí, llegó temprano. Después de la 2 a.m. Antes de llegar no podía dormir por estar pensando en estupideces pues conozco la reputación que se han ganado (a pulso) sus amigos y parientes de Reforma. Mis temores no eran infundados, su hígado venía procesando e incorporando a su torrente sanguíneo cuando menos 6 cerbatanas. Debo decir que con esa dosis yo me pongo teporocho. Para que les cuento lo que sucedió después. Al siguiente día llegó a oídos de su mamá la calidad de gentleman con los que andaba, todos parientes para acabarla de amolar (en diferentes grados). Todos ellos tienen un “buen ejemplo” que emular; me atrevo a decir que hasta existe un cierto orgullo de por medio (verlos babeados, brutos y bufones). Son “hombres” pues, no payasos de rodeo. Hubo quienes le reclamaron a Gladis su poca tolerancia por negarle al hijo su derecho “sagrado” a ser un bípedo babeante, imbécil y mediocre. ¡Ya tiene 19 años! Era el argumento. Sobrepasar los 18 no significa tener edad reglamentaria para ser pendejo. Eso creo yo.
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