El último trimestre ha sido de sobresaltos. Esta mala racha empezó en octubre con otro de los ya acostumbrados achaques de la camioneta. En esta ocasión se le reventó la banda de distribución provocando un sinfín de diabluras en el interior del motor. El costo hasta el momento asciende a la nada despreciable suma de 23,000 pesos más lo que se acumule. Hoy día continúa en el hospital motorizado sin ningún atisbo de la fecha en que sea dada de alta. Después llegó la inundación de Tabasco y Chiapas. El agua que se estacionó todo el mes de noviembre impregnando de humedad, enfermedades y desgracia a toda la población ya desapareció. Luego vino el gran derrumbe en San Juan Grijalva que originó el taponamiento del río entre las presas de malpaso y peñitas. Según las autoridades tienen programado restablecer el cause del río a partir del 18 de diciembre. Todos los habitantes de este rumbo esperamos con desconfianza y temor ese día temiendo que se repita la inundación. Después sucedió lo de mis vacaciones malogradas. Solo me autorizaron una semana –en papel– con el fin de que se me pagaran. Es fecha en que no me han dado un quinto. Claro, continué trabajando, uno siempre puede esperar, el trabajo nunca. Más si se trata de un proyecto –ya demorado– que termina con el año. Otro sobresalto esta relacionado precisamente con este proyecto y con las prisas inherentes por concluirlo. Hoy un trabajador electricista recibió una descarga cuando hacia una actividad de rutina; nada complicado. El accidente no fue letal pero es posible que deje secuelas. Reconozco que no he sido capaz de hallar la causa raíz de este percance. No me cae el veinte de qué pudo haber salido mal y eso me deja un mal sabor de boca. Seguiré pensando en el asunto hasta encontrar algún indicio, de eso no tengo la menor duda. Por otro lado Pedro anda con la testosterona al 100%. Parece un pez fuera del agua. No tiene con que, ni con quién desahogar la hiperactividad que lo abruma. Maldice, golpea, mueve, apremia, malhumora, contesta, riñe, y un largo etcétera. Vino muy revolucionado a un lugar lleno de calma y tranquilidad. Es posible que sus expectativas no se estén cumpliendo. Somos dados a esperar mucho y a ponernos luego malhumorados cuando llega poco. Quisiera que hiciera lo que yo: hago todo lo posible por hacer bien lo de ahora, si lo logro, lo que viene después llega casi siempre prolijo. Se nos condiciona desde pequeños a “obtener una recompensa cuando hacemos las cosas bien”. Debemos estar concientes de que esto no es una regla, solo favorece las probabilidades. Es más saludable para el corazón no esperar recompensas –llenarnos de expectativas– por haber hecho las cosas bien. De lo contrario nos amargamos la existencia.
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