Hoy fui a una reunión de trabajo a un conocido hotel de Villahermosa. A la hora de la comida bajamos al restaurante del hotel a llenar la tripa. Durante la conversación de sobremesa alguien relató la siguiente historia que, según dijo, sucedió hace como 15 días en alguna calle de esta ciudad.
Tres adolescentes andaban en coche un fin de semana tratando de sacudirse el aburrimiento crónico con el viento húmedo del trópico. No transcurrió mucho tiempo para que a uno de ellos se le ocurriera aprovechar el paseo para obtener, además del aire fresco, un poco de sana diversión. El pasatiempo consistía en hacer un rollo con los tapetes del coche y dar zapes con ellos a los distraídos paseantes. Esta operación obligaba al conductor a embarrar las llantas del coche en la banqueta mientras que los golpeadores sacaban medio cuerpo por la ventanilla… y zas. Me imagino al infortunado peatón volteando azorado tratando de determinar lo que pasó mientras del interior del automóvil que se aleja oye risas, muchas risas. Fue entonces que vieron adelante a un candidato ideal. Ambos adolescentes (uno adelante y otro atrás), sacaron sincronizadamente sus cuerpos del coche. De pronto, el jovencito de adelante apenas tuvo tiempo de recoger su cuerpo para esquivar el poste de concreto que se acercaba vertiginosamente a su cabeza. El jovencito de atrás jamás recordó lo que siguió. Su memoria se quedó en aquel poste de alumbrado.
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