Todos los días de regreso del trabajo me encuentro con el fuego del crepúsculo. Una brasa ardiente sin ceniza flota en el claro cielo de la tarde. La apacible esfera roja me acompaña mientras se divierte rozando su circunferencia contra la copa de los árboles. Es un círculo perfecto dibujado en un limpio lienzo azul. Es como si el cielo tuviera rostro. Un rostro rojo de venrgüenza al percibir que sus horas fulgurantes y fogosas ya pasaron. El ocaso es su kriptonita. No encandila. No quema. Es la hora de esconder de los hombres su tibieza y timidez tras el acantilado del horizonte.
Visitas de la última semana
viernes, mayo 27, 2011
sábado, mayo 21, 2011
Calor familiar
Todo esta caliente. El cuerpo se destempla. Se escurre igual que la cera de un cirio ante la flama de su pabilo. El sudor fluye por cada poro como vena de manantial. La gente anda irritable queriendo llegar lo antes posible al primer remedo de sombrita. Las enfermedades respiratorias proliferan al tener que salir obligadamente de interiores climatizados a exteriores resplandecientes y flamigeros. La migraña galopa en el cerebro haciendolo latir como corazón con taquicardia. Andamos pues de aquí para allá saltando y crepitando como pepitas en el comal.
lunes, mayo 16, 2011
Otra vez mudanza
Estoy en casa. Cansado y con sueño. Ayer llegué de Reynosa. De ida el viaje fue accidentado. El regreso tantito peor. Allá me alojé en la periferia de la ciudad, motivo por el cual mi estancia de 3 noches y dos días estuvo envuelta en no pocas polvaredas. Cuando el viento nos sorprendia en despoblado los ojos se nos entornaban en defensa propia y se negaban a mostrarnos el camino ya de por si muy difuminado por aquella atmósfera gris. Miré más llano que ciudad. Un llano plagado de achaparrados y frondosos arbustos verdes entre los cuales alcancé a distinguir un día un robusto y tímido conejo castaño, y otro día, un empenachado y pispireto correcamino gris. Tenía grandes planes para ocuparme hoy en la casa: sacudirme el cansancio con lectura y ver tele entre párrafos. Lejos la bala. Gladis ya tenía anotado en su agenda “Mudar a Ale de departamento el domingo. Impostergable”. La invitación de acompañante (estibador) me fue echa poco antes de que cayera el primer gol sobre las Chivas como caldo hirbiendo. Este gol me hizo aceptar sin remilgos la desinteresada invitación de mi esposa. Cinco minutos más tarde ya la esperaba impaciente en el coche con el motor encendido y listo para lo que viniera. En cuanto a la mudanza fueron necesarios 3 viajes con el coche rebozante de tiliches, siempre acompañados por un sol achicharrante cuyo vaho lo hacía a uno dar grandes bocanadas como pez fuera del charco. Bajamos los triques de un segundo piso para luego volverlos a subir kilometros más adelante a un tercero. Afortunadamente durante el primer viaje nos abordó un jovencito de unos 13 años que nos ofreció su ayuda. No bien había terminado de formular la solicitud cuando ya le había guindado yo un tambache de ropa en cada mano. Dijo llamarse Efraín. En realidad su cuerpo aparentaba menos edad quizas por una continua y añeja predisposición a la mala alimentación. El extraño color marrón cenizo de su tez que protegía del sol con una deslavada gorra de pelotero me dió la impresión de ser producto mayormente de la anemia que de los genes heredados de sus padres. Su pobreza era delatada por su calzado: unas botas de hule negras recortadas de forma tal que de lejos y con bastante imaginación simulaban ser zapatos. Mientras lo veía caminando con los bultos en la mano recordé que al entrar al estacionamiento ví de reojo a un Padre y a su hijo hurgando en un gran contenedor de basura. Entonces dirigí la vista en aquella dirección y esta vez observé solo al Padre acomodando el producto de su trabajo en el interior de un viejo triciclo. Deducí entonces que Efraín era en efecto su hijo. Aún nos quedan por hacer dos viajes –dije a Efraín ¿Quieres acompañarnos? Fue a pedir permiso a su Papá. Me dió la impresión de que a su Padre le encantó la idea porque al cabo de un minuto ya venía su hijo de regreso con una sonrisa amplia dibujada en su cara redonda. Entre un viaje y otro nos contó que es parte de una familia numerosa en la que predominan las hermanas. Su Padre y Él se dedican a recolectar desechos de fierro, cobre y aluminio. Aunque de ningún modo le hacen el feo a otras cosas que tienen la fachada de tener aún vida remanente como ropa, calzado, madera, etc. Dijo que recolectan diariamente el equivalente a 100 pesos en promedio. Al cabo de una hora terminamos la mudanza. Efraín nos ayudó hasta el final y su paga fue de 110 pesos (Yo puese 40 y Ale 70). Se fue feliz a donde lo esperaba su Padre que a esa hora ya estaba acompañado por una señora y un niño que habían llagado momentos antes en otro triciclo seguramente procedentes de otro contenedor de basura. La familia hizo corral alrededor de Efraín y todos le sonreían agradecidos y satisfechos por esa inesperada contribución. Esta familia me hizo recordar el programa que había visto en Discovery o History Channel la noche anterior sobre la vida de los “intocables”. Una casta entre las muchas que existen en la India en la que la “ocupación” de los Padres la heredan por ley los hijos: la ocupación del Padre en cuestión era cazar (y comer) ratas en los arrozales. Por este oficio (y su dieta) eran considerados impuros, parias y vivian ofensibamente marginados (separados). De aquí el nombre de intocables. Después de agradecer y despedir a la familia agarramos camino hasta el primer oxxo que encontramos y me bebí tres curtos de litro de agua de un solo envión. Ahora estoy aquí escribiendo mientras me late la cabeza como si tuviera adentro su propio corazón.
jueves, mayo 05, 2011
La lluvia y la Santa Crúz
Como cada año , y ya casi como tradición, disfrutamos este 3 de mayo el regalo de una lluvia ligera y de un aire renovado. Aunque fue muy ralita y menudita, fue suficiente para que el sediento entorno bebiera y reviviera. La gardenia se lavó el polvo de las hojas y resurgió en ella el antojo de sacar a la luz un puñado más de blanquecinas y aterciopeladas flores. Este nuevo amasijo de delicados pétalos esta muy lejos de aquella docena de capullos marchitos, amarillentos y yermos nacidos en días pasados y victimados como de rayo por las candentes ascuas caniculares del medio día. Los frutos verdes que ahora cuelgan del mango como crisálidas a media transfiguración hacen patente su agradecimiento mostrando sus brillantes y regordetas carnes de catrín con todo y su bombin, bastón y su monóculo. Desde el día de la Santa Crúz llega la lluvia de visita cada noche. Se marcha a horas de la madrugada no sin antes habernos arrullado con el golpeteo suave de sus gotas que se escuchan como los susurros que una madre amorosa y responsable canta ante la cuna de su amado hijo primogénito. Pronto la coloración castaña del pasto seco sederá su aspecto de breñal a los verdes brotes que sustentarán la fauna cada vez más disminuida por otro año más. Este ambiente de imperante calma me recuerda que lentamente se han ido resolviendo uno a uno los acertijos que desde el principio del año vinieron a nosotros como flujos piroclásticos. Gladis y Yo ya no teníamos mas uñas que comer. Hoy las vemos nuevamente crecer y pronto habrá que quitar el óxido a nuestro cortauñas.
martes, mayo 03, 2011
En la autopista
Ida y vuelta a Coatzacoalcos Veracruz. De visita por la Terminal marítima. De ida presencié un lamentable accidente. No es frecuente verlos en autopistas de cuota, pero cuando suceden generalmente queda poco reconocible. En este ocasión en particular, si reconocí dos camionetas pickup. Una de ellas estaba estacionada en el acotamiento izquierdo de la carretera, en sentido contrario a la circulación. La otra se encontraba a la derecha, como a diez metros de la carpeta asfáltica y liada con el alambre de puas de una cerca. Ambos vehículos tenían la forma plegadiza de un acordeón a medio desinflar, como si dos transformers se hubieran quedado a la mitad de su metamorfosis. Más adelante observé dos vacas inertes tiradas sobre la caja de un camión de redilas. Después de ver estas evidencias fue fácil suponer lo sucedido: dos vacas blancas como la nieve escapan de sus linderos, cruzan la autopista en caravana en busca de mejores pastos para comer, o de alguna fresca y frondosa ceiba para mejor rumiar. Ambas se mimetizan con el concreto grisáceo de la autopista. Dos camionetas transitan una tras otra a unos 120 kilómetros por hora. El conductor que marcha adelante confiado en la rectitud de seda de la carretera se distrae unos segundos. Demasiado tarde se percata del mortal muro surgido de la nada. No queda lugar para evadir aquellas cachazudas moles blancas de patas y pezuñas. No hay tiempo de parpadear, mucho menos de pisar el freno. Para el conductor en punta, una fracción de segundo fue suficiente para que aquel horizonte de cuadrupedos blancos se convirtiera como por encantamiento en jinetes negros del apocalipsis. Para el conductor de atrás quizás hubo tiempo de volantear o de embarrar llantas en el concreto: caos total. Ya en Coatzacoalcos, me acompañó un viento bronco, uluante, capaz de alborotarle a uno hasta las ideas más enraizadas. Eso sí, disfruté el murmullo de las olas, el viento saturado de briza marina que arrancaba a puños el calor del cuerpo, la apasible espera de las grandes barcazas ancladas esperando turno para llenar la panza con su dotación de crudo. El regreso a Reforma fue de cautela. Gracias al ventarrón, el carro hacía extraños como de borracho: más vale vivo que llegar temprano.