Ida y vuelta a Coatzacoalcos Veracruz. De visita por la Terminal marítima. De ida presencié un lamentable accidente. No es frecuente verlos en autopistas de cuota, pero cuando suceden generalmente queda poco reconocible. En este ocasión en particular, si reconocí dos camionetas pickup. Una de ellas estaba estacionada en el acotamiento izquierdo de la carretera, en sentido contrario a la circulación. La otra se encontraba a la derecha, como a diez metros de la carpeta asfáltica y liada con el alambre de puas de una cerca. Ambos vehículos tenían la forma plegadiza de un acordeón a medio desinflar, como si dos transformers se hubieran quedado a la mitad de su metamorfosis. Más adelante observé dos vacas inertes tiradas sobre la caja de un camión de redilas. Después de ver estas evidencias fue fácil suponer lo sucedido: dos vacas blancas como la nieve escapan de sus linderos, cruzan la autopista en caravana en busca de mejores pastos para comer, o de alguna fresca y frondosa ceiba para mejor rumiar. Ambas se mimetizan con el concreto grisáceo de la autopista. Dos camionetas transitan una tras otra a unos 120 kilómetros por hora. El conductor que marcha adelante confiado en la rectitud de seda de la carretera se distrae unos segundos. Demasiado tarde se percata del mortal muro surgido de la nada. No queda lugar para evadir aquellas cachazudas moles blancas de patas y pezuñas. No hay tiempo de parpadear, mucho menos de pisar el freno. Para el conductor en punta, una fracción de segundo fue suficiente para que aquel horizonte de cuadrupedos blancos se convirtiera como por encantamiento en jinetes negros del apocalipsis. Para el conductor de atrás quizás hubo tiempo de volantear o de embarrar llantas en el concreto: caos total. Ya en Coatzacoalcos, me acompañó un viento bronco, uluante, capaz de alborotarle a uno hasta las ideas más enraizadas. Eso sí, disfruté el murmullo de las olas, el viento saturado de briza marina que arrancaba a puños el calor del cuerpo, la apasible espera de las grandes barcazas ancladas esperando turno para llenar la panza con su dotación de crudo. El regreso a Reforma fue de cautela. Gracias al ventarrón, el carro hacía extraños como de borracho: más vale vivo que llegar temprano.
1 comentario:
como nos sacude el seso ver lamentables sendos accidentes carreteros por la imprudencia de ganaderos de no cuidar bien de sus atos, mismos que al dejar la cerca se internan en las carreteras provocandos hasta muertes de personas y cuando suceden estos, vienen y cortan los datos personales que los vinculen con los animales con tal de salvar responsabilidades...
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