Visitas de la última semana

lunes, mayo 16, 2011

Otra vez mudanza

Estoy en casa. Cansado y con sueño. Ayer llegué de Reynosa. De ida el viaje fue accidentado. El regreso tantito peor. Allá me alojé en la periferia de la ciudad, motivo por el cual mi estancia de 3 noches y dos días estuvo envuelta en no pocas polvaredas. Cuando el viento nos sorprendia en despoblado los ojos se nos entornaban en defensa propia y se negaban a mostrarnos el camino ya de por si muy difuminado por aquella atmósfera gris. Miré más llano que ciudad. Un llano plagado de achaparrados y frondosos arbustos verdes entre los cuales alcancé a distinguir un día un robusto y tímido conejo castaño, y otro día, un empenachado y pispireto correcamino gris. Tenía grandes planes para ocuparme hoy en la casa: sacudirme el cansancio con lectura y ver tele entre párrafos. Lejos la bala. Gladis ya tenía anotado en su agenda “Mudar a Ale de departamento el domingo. Impostergable”. La invitación de acompañante (estibador) me fue echa poco antes de que cayera el primer gol sobre las Chivas como caldo hirbiendo. Este gol me hizo aceptar sin remilgos la desinteresada invitación de mi esposa. Cinco minutos más tarde ya la esperaba impaciente en el coche con el motor encendido y listo para lo que viniera. En cuanto a la mudanza fueron necesarios 3 viajes con el coche rebozante de tiliches, siempre acompañados por un sol achicharrante cuyo vaho lo hacía a uno dar grandes bocanadas como pez fuera del charco. Bajamos los triques de un segundo piso para luego volverlos a subir kilometros más adelante a un tercero. Afortunadamente durante el primer viaje nos abordó un jovencito de unos 13 años que nos ofreció su ayuda. No bien había terminado de formular la solicitud cuando ya le había guindado yo un tambache de ropa en cada mano. Dijo llamarse Efraín. En realidad su cuerpo aparentaba menos edad quizas por una continua y añeja predisposición a la mala alimentación. El extraño color marrón cenizo de su tez que protegía del sol con una deslavada gorra de pelotero me dió la impresión de ser producto mayormente de la anemia que de los genes heredados de sus padres. Su pobreza era delatada por su calzado: unas botas de hule negras recortadas de forma tal que de lejos y con bastante imaginación simulaban ser zapatos. Mientras lo veía caminando con los bultos en la mano recordé que al entrar al estacionamiento ví de reojo a un Padre y a su hijo hurgando en un gran contenedor de basura. Entonces dirigí la vista en aquella dirección y esta vez observé solo al Padre acomodando el producto de su trabajo en el interior de un viejo triciclo. Deducí entonces que Efraín era en efecto su hijo. Aún nos quedan por hacer dos viajes –dije a Efraín ¿Quieres acompañarnos? Fue a pedir permiso a su Papá. Me dió la impresión de que a su Padre le encantó la idea porque al cabo de un minuto ya venía su hijo de regreso con una sonrisa amplia dibujada en su cara redonda. Entre un viaje y otro nos contó que es parte de una familia numerosa en la que predominan las hermanas. Su Padre y Él se dedican a recolectar desechos de fierro, cobre y aluminio. Aunque de ningún modo le hacen el feo a otras cosas que tienen la fachada de tener aún vida remanente como ropa, calzado, madera, etc. Dijo que recolectan diariamente el equivalente a 100 pesos en promedio. Al cabo de una hora terminamos la mudanza. Efraín nos ayudó hasta el final y su paga fue de 110 pesos (Yo puese 40 y Ale 70). Se fue feliz a donde lo esperaba su Padre que a esa hora ya estaba acompañado por una señora y un niño que habían llagado momentos antes en otro triciclo seguramente procedentes de otro contenedor de basura. La familia hizo corral alrededor de Efraín y todos le sonreían agradecidos y satisfechos por esa inesperada contribución. Esta familia me hizo recordar el programa que había visto en Discovery o History Channel la noche anterior sobre la vida de los “intocables”. Una casta entre las muchas que existen en la India en la que la “ocupación” de los Padres la heredan por ley los hijos: la ocupación del Padre en cuestión era cazar (y comer) ratas en los arrozales. Por este oficio (y su dieta) eran considerados impuros, parias y vivian ofensibamente marginados (separados). De aquí el nombre de intocables. Después de agradecer y despedir a la familia agarramos camino hasta el primer oxxo que encontramos y me bebí tres curtos de litro de agua de un solo envión. Ahora estoy aquí escribiendo mientras me late la cabeza como si tuviera adentro su propio corazón.

1 comentario:

pepe dijo...

cambiar de casa o de apartamento es de pensar y de empezar, cuando se comienza a sacar los primero tiliches, para producorse automaticamente, salen por aqui y por alla, es un trabajo desgastante, pero con esmero se ve terminada la faena y por el yelmo a donde fuiste es comun la luvia de arena y ahora la lluvia de plomo, que bueno que tu estancia en tierra de nadie fue de corta duración....